Ramiro Guzmán Arteaga
Hay quienes apenas se visten con la
camiseta de su equipo de futbol favorito quedan automáticamente transformados en otra persona.
Por eso pienso que, ahora que estamos a las puestas de definir un nuevo título
del futbol colombiano, es saludable reflexionar sobre la forma en que asumimos
el ser hinchas o fanáticos de un equipo de futbol.
Confieso que soy un pésimo
comentarista de futbol, pero ello no me impide considerar que cuando un hincha defiende a su equipo en
forma compulsiva pierde el sentido de la realidad porque sólo ve un juego: el
de su equipo. Y, al no apreciar el partido en su conjunto, se niega la
posibilidad de disfrutar el espectáculo.
Pero un fanático es también una
persona insegura porque no es capaz de asumir una actitud crítica frente a su
equipo, pues siempre lo justifica así pierda en forma franca; en ocasiones el
mismo técnico y los jugadores reconocen que jugaron mal mientras el fanático se
niegan esa realidad. Creo que se necesita ser un hincha valiente
para reconocer que su equipo comete errores, que está dentro de las
posibilidades que pierda, que jugó mal porque equivocó la estrategia, porque
carece de individualidades o una dinámica de conjunto.
El profesor Oswaldo Fonseca Mendoza me
dijo algo magistral y que lo resume todo: “El fanatismo,cualquiera
que sea, religioso o deportivo, crea una conciencia falsa porque adormece la capacidad de razocinio”. El
fanático ve virtudes donde solo hay errores, no es autocrítico y por tanto
pierde la capacidad de análisis. Sin embargo, en cotra de su propia voluntad, los
días o el final del partido le demuestran que no siempre se tiene la razón,
aunque él tampoco lo quiera reconocer y viva engañado el resto de la vida.