domingo, 27 de octubre de 2013

La punta del ‘iceberg’

Ramiro Guzmán Arteaga
La titulación debe ser atractiva y  llena de imaginación
pero no vulgar.
Esta columna es una respuesta a lo que el señor William Salleg Taboada acostumbra hacer desde El Meridiano de Córdoba: escudarse en la sombra que ofrece un editorial para enviar mensajes impersonales a quienes, en ocasiones, criticamos su periódico. El caso es que el Meridiano de Córdoba tituló: “¡ESTAMOS EN BRASIL NOJOOODAAA!” Y el director, al no resistir la crítica, me alude y descalifica desde el burladero de un editorial, sin comprender que un titular es un producto expuesto al juicio de la opinión pública. Reitero que fue un titular vulgar y desafortunado, porque no educa y es populachero, muy distinto a lo popular. Lo digo reconociendo que  también me he equivocado, pues los humanos nos construimos sobre los errores y no sobre milagros.
El señor Salleg pretende enfrentarme a los colegas que laboran en su periódico, y que han obtenido merecidísimos premios de periodismo gracias a sus dignos esfuerzos. Me censura como periodista con una ironía mal construida, solapada y desatinada, haciendo creer que algunos seres humanos son más inteligentes que otros. ‘Vulgar, sin un asomo de inteligencia’ y brutal me parece su titular, ese que impositivamente obligó a publicar, lo cual me lleva a confirmar que se equivocó al proclamarse director de un periódico. Debe preocuparse por seguir siendo un empresario, pero de los buenos, pues es fácil inferir que es de los que creen que este es un mundo donde lo único que da valor y prestigio es la competencia, la vanidad, y  no la modestia y solidaridad. Es por eso, y por titulares como el publicado, por el que la ignorancia crece y las desigualdades se agravan en Córdoba, sin dar oportunidad a la razón. Pero él es así y ni siquiera este departamento tiene la culpa de que así sea.

Un par de preguntas válidas

Ramiro Guzmán Arteaga
Una estudiante de Comunicación Social me pregunta, grabadora en mano, cuál es mi ideología y si yo creo en Dios. Las preguntas me parecieron indiscretas pero válidas, porque uno no está obligado a revelar su ideología ni su creencia, pero preguntar es un derecho natural. Por eso comparto las respuestas con mis lectores. De modo que me considero un socialdemócrata que está en desacuerdo con toda la estructura anacrónica de su país. Creo en la libertad con responsabilidad. Pero no tengo una militancia activa con ningún movimiento o partido político porque considero que la militancia encasilla y condiciona el pensamiento libre, al tiempo que, en parte,  rechaza lo que hay de bueno en otras ideologías. Y si de practicar una militancia se trata creo que la mía sería una ‘militancia pasiva’, lo cual no es justo. Y pienso que el ser así es lo que me da libertad e independencia para reconocer la disciplina de los buenos conservadores, la libertad de los buenos liberales y la solidaridad de los buenos socialistas. La estudiante me insistió en mi creencia. “Soy agnóstico” –le dije- pero me preocupa que en este país la gente discrimine y excluya a quienes, por convicciones naturales, científicas e históricas, no creemos en Dios; sin comprender que ese es un derecho legítimo al que puede llegar, por convicción y con argumentos, un ser humano. Desde esa perspectiva social me siento libre de no tener que escoger entre el cielo y el infierno, ni vivir sometido a una creencia imposible. “Entonces ¿usted no asiste a la Iglesia?”, me contra-preguntó la estudiante. Soy un agnóstico que no tiene prejuicios en ir a cualquier iglesia, siempre que haya una razón socialmente válida.  Por la misma razón que tengo amigos curas, de los buenos, y amigos pastores evangélicos, de los buenos.

Don Elías Bechara Zainúm

Ramiro Guzmán Arteaga
Pocas veces suele ocurrir que una persona de la vida pública, aún después de su fallecimiento, logre reunir tanta simpatía y expresiones de agradecimiento a su alrededor, y sin distingos de estrato social ni ideología política. En el departamento de Córdoba conozco dos casos: el de don Rosendo Garcés Cabrales y ahora el de don Elías Bechara Zainúm. El uno conservador de los buenos y el otro un liberal clásico, ambos filántropos y poseedores de una riqueza  social y espiritual resistente a toda prueba.
Se podría pensar que, como cualquier mortal, don Elías Bechara moriría, como en efecto falleció el pasado viernes, que sería sepultado y que todo concluiría para él; sin embargo, como la verdadera existencia de un ser humano se determina por sus obras sociales y las enseñanzas dejadas en la vida, se puede afirmar que sus obras, representadas,  entre muchas otras,  en la fundación de la Universidad de Córdoba y de la Universidad del Sinú, le permitirán elegir el mejor sitio para ser recordado entre el imaginario social y popular, lo cual es un privilegio al que pocos ricos tienen acceso.
Ennoblecer a la humanidad y en especial a los sectores populares a través de la educación fue el objetivo que a don Elías le pareció siempre sumamente importante, por eso puedo decir que esta columna no es escrita por la inspiración de un instante que la realidad pueda destruir, sino el merecido reconocimiento a una persona y a su obra. Por eso también, los beneficiarios de las actuaciones y de las obras de don Elías Bechara Zainúm, sus discípulos y herederos, adquieren el compromiso social de mantener su obra ennoblecedora y legítimamente construida con dignidad. A su esposa doña Saray Castilla y a sus hijos mis sinceras condolencias.