Pocas
veces suele ocurrir que una persona de la vida pública, aún después de su
fallecimiento, logre reunir tanta simpatía y expresiones de agradecimiento a su
alrededor, y sin distingos de estrato social ni ideología política. En el
departamento de Córdoba conozco dos casos: el de don Rosendo Garcés Cabrales y
ahora el de don Elías Bechara Zainúm. El uno conservador de los buenos y el
otro un liberal clásico, ambos filántropos y poseedores de una riqueza social y espiritual resistente a toda prueba.
Se
podría pensar que, como cualquier mortal, don Elías Bechara moriría, como en
efecto falleció el pasado viernes, que sería sepultado y que todo concluiría
para él; sin embargo, como la verdadera existencia de un ser humano se
determina por sus obras sociales y las enseñanzas dejadas en la vida, se puede
afirmar que sus obras, representadas, entre muchas otras, en la fundación de la Universidad de Córdoba y
de la Universidad del Sinú, le permitirán elegir el mejor sitio para ser
recordado entre el imaginario social y popular, lo cual es un privilegio al que
pocos ricos tienen acceso.
Ennoblecer
a la humanidad y en especial a los sectores populares a través de la educación
fue el objetivo que a don Elías le pareció siempre sumamente importante, por
eso puedo decir que esta columna no es escrita por la inspiración de un
instante que la realidad pueda destruir, sino el merecido reconocimiento a una
persona y a su obra. Por eso también, los beneficiarios de las actuaciones y de
las obras de don Elías Bechara Zainúm, sus discípulos y herederos, adquieren el
compromiso social de mantener su obra ennoblecedora y legítimamente construida
con dignidad. A su esposa doña Saray Castilla y a sus hijos mis sinceras
condolencias.
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