Una
estudiante de Comunicación Social me pregunta, grabadora en mano, cuál es mi
ideología y si yo creo en Dios. Las preguntas me parecieron indiscretas pero válidas,
porque uno no está obligado a revelar su ideología ni su creencia, pero preguntar
es un derecho natural. Por eso comparto las respuestas con mis lectores. De
modo que me considero un socialdemócrata que está en desacuerdo con toda la estructura
anacrónica de su país. Creo en la libertad con responsabilidad. Pero no tengo
una militancia activa con ningún movimiento o partido político porque considero
que la militancia encasilla y condiciona el pensamiento libre, al tiempo que,
en parte, rechaza lo que hay de bueno en
otras ideologías. Y si de practicar una militancia se trata creo que la mía
sería una ‘militancia pasiva’, lo cual no es justo. Y pienso que el ser así es
lo que me da libertad e independencia para reconocer la disciplina de los buenos
conservadores, la libertad de los buenos liberales y la solidaridad de los buenos
socialistas. La estudiante me insistió en mi creencia. “Soy agnóstico” –le
dije- pero me preocupa que en este país la gente discrimine y excluya a quienes,
por convicciones naturales, científicas e históricas, no creemos en Dios; sin
comprender que ese es un derecho legítimo al que puede llegar, por convicción y
con argumentos, un ser humano. Desde esa perspectiva social me siento libre de
no tener que escoger entre el cielo y el infierno, ni vivir sometido a una creencia
imposible. “Entonces ¿usted no asiste a la Iglesia?”, me contra-preguntó la
estudiante. Soy un agnóstico que no tiene prejuicios en ir a cualquier iglesia,
siempre que haya una razón socialmente válida. Por la misma razón que tengo amigos curas, de
los buenos, y amigos pastores evangélicos, de los buenos.
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