Una
grata invitación del doctor Oscar Melo Páez y del licenciado Álvaro Calderón
Ramírez han sido la medida exacta para olvidarnos, en este diciembre, de estar
martillando sobre las injusticias de la vida y, a cambio, entregarnos al placer de
recordar aquella época en el que viejos amigos nos criamos juntos en el barrio Sucre. No es
fácil escribir la lista de todos los que asistieron a la reunión de amigos
convocada por ellos, ni evocar todos los recuerdos de un barrio en el que cada
familia, cada esquina, cada tienda, cada calle, y hasta cada piedra tiene su propia historia.
En el
fragor de la reunión alguien dijo, casi en versos, que Sucre es un barrio que aún lucha por conservar su arraigada vanidad de barrio popular. Y de
verdad que así es, porque todavía mantiene su calor humano a pesar de que la
modernidad amenaza con hacer de él un barrio estrecho y apretado.
Sin embargo, el barrio conserva algo del ambiente de
la época que nos tocó vivir durante la década de los 70; de cuando tenía su
propio sastre, el carpintero, el comerciante, el beisbolista, el boxeador; el
buscapleitos, la prostituta de cantina, el ladrón de patio y el borrachito de
la esquina; de cuando teníamos nuestra propia reina popular; y, ¿por qué no?,
el guerrillero, el policía y el profesor; en fin, evocamos los tiempos en que
el barrio poseía los personajes suficientes para no pasar desapercibido. Desde
esta mirada, creo que el barrio que más se parece a la vieja Montería es Sucre;
además, porque a pesar de las medidas impositivas para contrarrestar el delito,
sigue conservando su tranquilidad. En fin, la reunión sirvió para recordar lo
que siempre fue y ha sido el barrio Sucre: un lugar apacible para vivir.