jueves, 19 de diciembre de 2013

Aquel barrio Sucre

Ramiro Guzmán Arteaga
Una grata invitación del doctor Oscar Melo Páez y del licenciado Álvaro Calderón Ramírez han sido la medida exacta para olvidarnos, en este diciembre, de estar martillando sobre las injusticias de la  vida y, a cambio, entregarnos al placer de recordar aquella época en el que viejos amigos  nos criamos juntos en el barrio Sucre. No es fácil escribir la lista de todos los que asistieron a la reunión de amigos convocada por ellos, ni evocar todos los recuerdos de un barrio en el que cada familia, cada esquina, cada tienda, cada calle, y hasta cada piedra  tiene su propia historia.
En el fragor de la reunión alguien dijo, casi en versos, que Sucre es un barrio que  aún lucha por conservar  su arraigada vanidad de barrio popular. Y de verdad que así es, porque todavía mantiene su calor humano a pesar de que la modernidad amenaza con hacer de él un barrio estrecho y apretado.
Sin embargo, el barrio conserva algo del ambiente de la época que nos tocó vivir durante la década de los 70; de cuando tenía su propio sastre, el carpintero, el comerciante, el beisbolista, el boxeador; el buscapleitos, la prostituta de cantina, el ladrón de patio y el borrachito de la esquina; de cuando teníamos nuestra propia reina popular; y, ¿por qué no?, el guerrillero, el policía y el profesor; en fin, evocamos los tiempos en que el barrio poseía los personajes suficientes para no pasar desapercibido. Desde esta mirada, creo que el barrio que más se parece a la vieja Montería es Sucre; además, porque a pesar de las medidas impositivas para contrarrestar el delito, sigue conservando su tranquilidad. En fin, la reunión sirvió para recordar lo que siempre fue y ha sido el barrio Sucre: un lugar apacible para vivir.

 

Álvaro Mendoza: maestro y discípulo

Ramiro Guzmán Arteaga
Ahora que el profesor Álvaro Mendoza Cabrales ha muerto  rodeado de su esposa Margarita Vega, de sus hijos y nietos;  después de acompañarlo a su tumba como él lo solicitó a su hija Claudia, es decir, con un conjunto de caja, guacharaca y acordeón interpretando canciones de Alejandro Durán; ahora que ha descansado merecidamente en paz, él nos ha brindado la oportunidad para recordarlo sin retórica política.
El profesor Álvaro fue un ser humano excepcional que se caracterizó por su fino humor; el amor por la cultura popular, hacia Juana Montes y Alicia Dorada; por su admiración hacia Alejo Durán y Juancho Polo; que quiso a Montería ‘hasta dolerle el alma’; pero también, por su vocación artística aplicada a la gastronomía criolla, pues explicaba una clase para sus estudiantes de artística con la misma rigurosidad y cuidado con el que preparaba un exquisito carnero para las constructivas tertulias con sus amigos.
Él marcó una época de la historia de la educación en Montería. Las generaciones a las que educó, en el colegio Nacional José María Córdoba y la Normal Guillermo Valencia, saben que supo diferenciar entre lo sensato y la insensatez,  la justicia y la injusticia, la paz y la violencia; que era un admirador de la palabra, el diálogo constructivo y la confidencialidad; que era resistente al grito y  la soberbia, al desespero y los abusos de poder. “Ese se cree la mamá de Dios”, decía aludiendo a quienes asumían posiciones dominantes. Era ante todo un hombre urbano, capaz de reconocerse e identificar a las otras personas con la ciudad. Desde el arte fue mucho lo que heredó y enseñó  de sus maestros y condiscípulos de la U. Nacional: Fernando Botero, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Antonio Samudio. Paz en su tumba Maestro.

 

jueves, 5 de diciembre de 2013

El muro de la infamia


 
Ramiro Guzmán Arteaga
La pregunta que cualquier persona se puede hacer es ¿dónde está la frontera entre lo que el alcalde de Montería Carlos Eduardo Correa Escaf hace bien y lo que hace mal? Difícil saberlo en esta ciudad que se deja impresionar por lo artificioso, por las apariencias; donde la pavimentación de las calles no deja ver la pobreza, el desempleo ni la inseguridad; donde se pavimentan calles sin construir alcantarillado, donde se construye ‘una ciudad para que tengamos carros, pero todavía andamos descalzos’; en fin, donde todo lo feo y podrido se esconde debajo del tapete, una ciudad que no pasa de ser, desde la perspectiva de la ‘planeación’ del alcalde,  una “tumba blanqueada”.
Otra obra sin planeación la constituye ese muro que mandó a construir a lo largo de la orilla del río Sinú, con el pretexto de proteger la Ronda del Sinú de las crecientes del río. Un verdadero esperpento, un elefante blanco, un muro de la infamia, porque  no está priorizado dentro del Plan de Acción de la CVS ni de la Unidad Nacional de gestión de Riesgos, entidad que le dio el aval e hizo los millonarios desembolsos. La misma CVS conceptúa que el muro ocasionará un problema adicional al río por el sobrepeso que representa para la ribera u orilla. Tampoco protegerá la ronda de las crecientes por filtración de humedad porque, de todas maneras, el agua penetrará por el puerto de los planchones. Actualmente la obra se encuentra suspendida por la CVS que también  tiene una investigación abierta contra el municipio, el contratista y contra la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo. Sin embargo, este es el mejor alcalde del país. ¿Cuál será el peor? Por eso hay que evitar que el gobierno piense por nosotros, para que no nos crea tontos.