Ahora
que el profesor Álvaro Mendoza Cabrales ha muerto rodeado de su esposa Margarita Vega, de sus
hijos y nietos; después de acompañarlo a
su tumba como él lo solicitó a su hija Claudia, es decir, con un conjunto de
caja, guacharaca y acordeón interpretando canciones de Alejandro Durán; ahora
que ha descansado merecidamente en paz, él nos ha brindado la oportunidad para
recordarlo sin retórica política.
El
profesor Álvaro fue un ser humano excepcional que se caracterizó por su fino
humor; el amor por la cultura popular, hacia Juana Montes y Alicia Dorada; por su
admiración hacia Alejo Durán y Juancho Polo; que quiso a Montería ‘hasta
dolerle el alma’; pero también, por su vocación artística aplicada a la
gastronomía criolla, pues explicaba una clase para sus estudiantes de artística
con la misma rigurosidad y cuidado con el que preparaba un exquisito carnero para
las constructivas tertulias con sus amigos.
Él marcó
una época de la historia de la educación en Montería. Las generaciones a las
que educó, en el colegio Nacional José María Córdoba y la Normal Guillermo
Valencia, saben que supo diferenciar entre lo sensato y la insensatez, la justicia y la injusticia, la paz y la
violencia; que era un admirador de la palabra, el diálogo constructivo y la
confidencialidad; que era resistente al grito y
la soberbia, al desespero y los abusos de poder. “Ese se cree la mamá de Dios”, decía aludiendo a quienes asumían
posiciones dominantes. Era ante todo un hombre urbano, capaz de reconocerse e identificar
a las otras personas con la ciudad. Desde el arte fue mucho lo que heredó y
enseñó de sus maestros y condiscípulos
de la U. Nacional: Fernando Botero, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Antonio
Samudio. Paz en su tumba Maestro.
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