Así como está creciendo urbanísticamente Montería llegará a ser una ciudad surrealistamente suicida. Su desarrollo es acelerado, desordenado, espontáneo, y responde más al capricho de cada alcalde y de cada urbanizador que a la lógica de construir ciudad. No hay un Plan de Ordenamiento Territorial que marque el modelo de ciudad a seguir. No existe control alguno de las curadurías urbanas ni de la Secretaría de Planeación Municipal. Son las propias necesidades las que obligan a una planeación desmedida e incoherente.
En Principio Montería recibió la influencia urbanística española, con sus típicas manzanas cuadradas, con una trama relativamente ordenada en relación con la disposición de sus casas, calles y vías construidas paralela al río Sinú. Luego los gobernantes se olvidaron del río y vinieron los barrios que copiaron los modelos del interior del país, cuyas casas no responden a nuestras necesidades ambientales. De modo que hoy despertamos ante una ciudad desconcertantemente bulliciosa y caótica.
El desplazamiento campo-ciudad amplió la brecha entre ricos y pobres y hace que se diseñe una ciudad formal en el norte en contraste con el caos del sur. Montería no ha encontrado el modelo de ciudad. Lo grave: su pasado histórico está siendo borrado. Se derrumban las viejas casas y los diseños que nos identificaron. En definitiva, en Montería pareciera que la civilización tuviera sangre de verdugo.
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