Finalmente no hubo poder humano capaz de impedir que a la entrada de Montería se colocara un “Monumento a la Ganadería”. Ignoro los méritos y razones que vio y tuvo en cuenta el alcalde para adjudicarle esta obra, de $97 millones, al escultor Andrés Castillo, con lo que además el gobierno le reconoce un pedacito de gloria.
Sin embargo, en mi modesto concepto, pienso que un monumento es una obra arquitectónica de justificado valor artístico, histórico o social; debe cumplir con una función estética, cultural, y generar sentido de pertenencia, pero ésta no dice nada desde el punto de vista de la belleza ni mucho menos de la semántica. No representa nuestras riquezas, ni hace parte del lenguaje humano de la ciudad, como sí lo representan: “María Varilla”, “El Sombrero Vueltiao”, “La Biodiversidad”, “Happy Lora”.
Esta es una obra sin sentido, fea, hecha en el vacío, dispersa, e inmerecida porque la ganadería nada ha aportado a nuestro desarrollo social, humano e histórico. Y, peor, lejos de exorcizar el estigma del paramilitarismo lo que hace es acercarnos a esos días aciagos de nuestra historia.
Y hay algo más desalentador: está a la entrada de la ciudad (Cantaclaro) donde, paradójicamente, viven en condiciones infrahumanas miles de familias que en su mayoría fueron despojados de sus tierras para meter ganado. Solo toca esperar que a algún alcalde se le ocurra quitar ese monumento a la vulgaridad. Es nuestra esperanza.
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