Finalmente
la naturaleza nos hizo ayer el favor, a los Monterianos y cordobeses, de
borrarnos para siempre de la memoria histórica de la ciudad gran parte del
esperpento de monumento que inmerecidamente le erigió el alcalde Marco Daniel
Pineda García al gremio ganadero de Córdoba.
En
horas de la mañana, cuando la mayoría de la ciudad viaja en los buses de
servicio urbano o buscaba donde guarecerse, un torrencial aguacero con vientos huracanados
arrancó de cuajo la estructura de latón oxidado que hace parte del monumento a
la ganadería ubicado a la entrada de la ciudad.
Es
sin duda lo mejor que le ha podido acontecer a Montería, una ciudad donde
predomina lo impositivo, patriarcal y feudal, donde los gobernantes borran toda
huella histórica y arquitectónica y a cambio le levantan monumentos de
reconocimiento justo a quienes menos se lo merecen.
Este,
como lo dije en anteriores columnas, no solo era un monumento inmerecido sino
feo y caro. Ojala y allí se levante una obra de arte que verdaderamente nos
represente; que simbolice nuestra
cultura e idiosincrasia, por ejemplo a la biodiversidad, al río Sinú -hoy
herido de muerte por la hidroeléctrica de Urrá-, a María Varilla, al Sombrero Vueltiao, al porro
o a Happy Lora. Tengo la sensación que, en medio de esta alegría pública que a
muchos nos embarga, no faltaran quienes estén llorando como una plañidera de
alquiler por la caída de semejante adefesio.
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