La captura del periodista francés Roméo Langlois
por las Farc abrió el debate sobre si es lícito y ético que los periodistas
porten prendas de uso exclusivo de las Fuerzas Militares o de cualquiera de las
partes en conflicto. Es una discusión que hay que darla, no como el
cumplimiento de una condición para que las Farc liberen al comunicador, ni
tampoco para que quienes participamos en el debate seamos considerados
subversivos por la contraparte, sino porque es saludable y válido.
De acuerdo al Protocolo de Ginebra, los civiles,
incluidos los periodistas, no deben portar prendas ni insignias de ninguna de
las partes en conflicto, por cuanto estas son acciones que
afecten negativamente su estado de civiles o periodistas, a punto que se
convierten en objetivo militar de la contraparte.
Quienes hemos ido a zonas de alto riesgo en
helicóptero de las Fuerzas Militares debemos comprender que, en ese momento, no
solo nos convertimos en objetivo de la guerrilla,
sino que comprometemos la independencia y la verdad, razón fundamental de la
ética periodística.
Entonces, si bien la captura de Langlois nos lleva
a exigir su liberación, también nos debe conducir a reflexionar –con sentido
autocrítico- sobre la actitud de los periodistas frente a las fuentes de
información llámense Fuerzas Militares o guerrilla. Y es claro que los periodistas debemos guardar
distancia con ambas, lo demás es un acto de irresponsabilidad.
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