viernes, 3 de agosto de 2012

Elogio a la pobreza y al deporte

Ramiro Guzmán Arteaga

El drama que viven los deportistas colombianos que obtienen medallas en los juegos olímpicos de Inglaterra los hace dignos del rodaje de una película al mejor estilo de Ingmar Bergman. Lo digo porque seria interesante convertir en obras maestras del cine la sucesión de conflictos y sacrificios que rodean la vida de los deportistas que han logrado llegar al pódium.
Mientras deportistas de otros países son profesionales en distintas disciplinas del conocimiento, o estudiantes que disponen de profesores que les programan sus clases con las prácticas deportivas,  los nuestro llegan al deporte acosados por la pobreza.
Oscar Figueroa, medalla de plata, debió salir desplazado con su mamá de Zaragoza (Antioquia) hacia Cartago (Valle) en busca de mejor vida; Rigoberto Urán, medalla de plata, heredó el oficio de vendedor de lotería y chance,  luego que asesinaran a su padre en una calle de Urrao (Antioquia); en Jamundí (Valle del Cauca) Yuri Alvear, medalla de bronce, iba de casa en casa vendiendo empanadas mientras su mamá se dedicaba a lavar ropa ajena y su papá a la albañilería.
Si así es y ganan, qué tal si este fuera un país sin violencia y sin tanta pobreza en donde el deporte no fuera una posibilidad de salir de la miseria sino lo que debe ser: una ciencia cuya actividad enaltece al cuerpo humano y genera convivencia y fortalece los sentimientos de unidad hacia la nación. Hoy, cuando se han colgado las medallas, los deportistas colombianos, hijos de la miseria y el abandono, merecen el reconocimiento del pueblo del que emergieron. No están solos, aunque ahora deben sobrevivir a la retórica desmedida de los elogios del gobierno y los políticos hipócritas.


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