domingo, 2 de septiembre de 2012

El Camajón, el árbol que vio crecer a Montería

Por. Ramiro Guzmán Arteaga
Periodista y docente Universidad del Sinú

El palo de camajón amaneció en el suelo el jueves. Se desplomó en medio de una tempestad que desencajó, voló techos y derribó paredes. Los monterianos estaba tan compenetrada con el viejo palo de camajón que desde ya empezaron a escribir su historia. Saben que es una huella histórica más que se borra de la ciudad. Saben que aquí en Montería la civilización tiene sangre de verdugo. Y por eso quieren hacer del recuerdo de este viejo árbol una marca indeleble en el tiempo. Un mito. Una leyenda.
Cada monteriano tiene su propio recuerdo alrededor del viejo palo de camajón. Es como si el árbol continuara generando sentimientos de unidad y convivencia ciudadana hasta mucho más allá de su muerte.
Las voces se escuchan por todas partes. ¡Cómo! ¡Eso tengo que verlo! Exclamó doña Olga Morales cuando  Rafaél Enrique, un amigo de la familia,  le fue a tocar la puerta de su casa para avisarle, en medio de un torrencial aguacero, que el árbol se había desplomado. Eran las 11:30 de la noche del miércoles y llovía a cantaros, con fuertes brizas, sobre la ciudad.
 “El vendaval zumbaba y amenazaba con borrarlo todo, pero así me vine para acá”, recuerda ahora doña Olga, mujer con una inmensa capacidad de trabajo, quien  hace diez años vende comida popular y chicha de maíz helada en un kiosco con techumbre de zinc al pie de lo que aún queda del árbol.
Contrario a la interpretación general, hay quienes afirman que la muerte del Camajón obedece, no solo a que estuviera viejo y agotado, sino también a las malas energías de quienes pretendían tumbarlo porque lo consideraban un impedimento para el desarrollo urbanístico de la ciudad.
“Mire compa –dice doña Olga-  la naturaleza es jodida, ese camajón se suicidó, se desplomó aprovechando el vendaval del miércoles porque sabía que la intensión del gobierno era quitarlo de allí porque estorbaba para pavimentar el sector.”
Pero también hay voces que aseguran que evidentemente el árbol entró en un proceso de agotamiento y deterioro originado por su vejez y falta de mantenimiento. Que se pudrió en medio de la gloria del tiempo. Isabel Pérez piensa que “a todos nos va a hacer falta, pero todo tiene su tiempo y el del viejo camajón ya se cumplió, un poco forzado pero cumplió su ciclo”.
También durante los últimos años se tejieron historias fantásticas alrededor del árbol, como la de José León, un viejo que por muchos años vivió en un cuartucho improvisado contiguo al kiosco de doña Olga, donde vivía rodeado de gatos y perros, que cambió el oficio de sastre por el de la zapatería y el de arreglar guitarras,  y de quien se llegó a decir que era poseedor de una fortuna que había enterrado en los alrededores del árbol. Tan pronto como murió, el 28 de octubre del 2011, no faltaron quienes levantaran los pliegos amarillentos y fétidos donde dormía para comprobar que todo era mentira.

Lo cierto es que la única que se apiadó en los momentos difíciles del viejo León fue doña Olga, quien le daba de comer, “como a un pajarito”. Tiempo después ella fue objeto de los señalamientos de la gente y hasta de la misma prensa. “De mi se dijo y se escribieron todo tipo de barbaridades, que yo aquí vendía marihuana y bazuco y que utilizaba el cuartucho del viejo León para hacer contactos con prostitutas, y hasta mostraron una foto en la que yo aparecía con una minifalda, lo cual fue todo un montaje fotográfico”, recuerda hoy doña Olga.
Símbolo de identidad
Durante muchos años el camajón fue un punto de referencia y el sitio de encuentro de más de ochenta mil familias del sur de Montería. Alrededor del árbol la gente interactuaba, dialogaban, se encontraban y hacían amistades.
 “Monteriano que se respete se citó con su novia o con su amante en el Camajón”, recuerda hoy Ricardo Guzmán, quien por mucho tiempo vivió por el sector que del antiguo Hospital San Jerónimo conducía al Camajón.
Para el profesor e investigador cultural William Fortich Díaz, quién vivió muchos años en La Granja, también los árboles, los ríos y las montañas pueden convertirse en geo símbolos. Recuerda que “la ruta de buses que me servía era la de El Camajón, que era la que pasaba por la calle 24. La otra ruta era la del Hospital. Definitivamente la muerte de un río, como la de un árbol duelen”.
Johnny Peña, nieto de Pacho Peña, uno de los comerciantes más tradicionales y emblemáticos de Montería, comenta que “con la muerte del camajón se nos fue parte de la historia de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, también un gran referente y ubicador geográfico local, por eso comparto el sentimiento de pesadumbre de los monterianos”.
El Arquitecto y profesor Luis Carlos Raciny Alemán, magister en planeación urbana y regional, considera que sitios tradicionales y populares como el árbol de camajón se constituyen en las ciudades en recursos fundamentales para construir identidad, para modelar actitudes e incidir de manera positiva en la vida de la sociedad.
Las cuentas de su edad
Nadie que se sepa ha podido precisar la edad del camajón, pero se hacen cálculos. El profesor e investigador social Víctor Negrete Barrera recuerda que en Montería se empezaron a producido las primeras invasiones de tierra y una de estas originó la creación del barrio 14 de julio (1959). “Era la época de grandes movimientos mundiales y en las que el magma popular estaba en plena ebullición”.
Por esa época nadie le había vuelto a calcular la edad al camajón. Hacía muchísimo tiempo ya existía, desde cuando se creó, a inicios de la década del 60, el populoso barrio La Granja, al que el ingenio popular bautizó inicialmente como “Cagajunto”, debido a la cantidad de letrinas y casas colindantes en tan poco espacio.
El lote de 44 hectáreas, en los que se encontraba inicialmente la Granja Experimental de Montería, y desde donde –según el médico veterinario Carlos Crismatt Mouthon- se dio a conocer por primera vez el ganado romosinuano y los burros catalanes, fue cedido, por iniciativa del alcalde y escritor Rafael Yances Pinedo, al Instituto de Crédito Territorial.
Por ese entonces la edad del camajón se estimaba en cincuenta  y cinco años, por lo que actualmente se le calculaban entre ciento doce y ciento veinte años, es decir, el árbol habría estado allí desde 1892, cuando Montería era apenas una provincia de algo más de seis mil habitantes, con escasamente once avenidas y cinco calles que más bien eran callejones que se extendían hacia todas partes y en donde apenas empezaban a circular los primeros billetes.
Por eso, desde cuando el sector era una inmensa finca conocida como La Granja y el árbol nació espontáneamente hasta ahora que ha muerto, glorificado en su propia grandeza,  se le calculan entre 112 y 120 años.
Los más optimistas aseguran que el Camajón, aunque no había nacido cuando el aterrador paso del comenta, sí sobrevivió a la epidemia del cólera morbo, a las inundaciones diluvianas del Sinú y al vendaval de la noche de San Bartolomé.
Al lado del Camajón fueron formándose otros barrios. Después de La Granja  vinieron el Plan Número 5 que hoy se conoce como el barrio P-5, casi seguido de El Prado, de donde surge “Todo Sucio”, llamado así por la sabiduría popular ante la cantidad de casuchas improvisadas con techos de telas. Y siempre el punto de orientación para los habitantes de todas estas comunidades era el Camajón.
Hoy Montería tiene sobradas razones para extrañar este emblemático árbol que ahora está ahí despedazado con motosierra y que la gente se ha ido llevando poco a poco como recuerdo de un pedazo de su historia.  Y no es para menos, porque ayer las grietas de esos troncos que yacen allí sobre el piso de tierra manaban un líquido, una especie de aceite ambarino, como el de la sangre que el sol seca y borraba para siempre.

1 comentario:

  1. ¿"LOS MONTERIANOS ESTABA TAN COMPENETRADA"? NO HAY CONCORDANCIA , NI DE NÚMERO NI DE GÉNERO. DEJA MUCHO QUE DECIR, TAL VEZ FUE ERROR DE "TIPOGRAFÍA"

    ResponderEliminar