Periodista y docente Universidad del Sinú
El palo de camajón amaneció
en el suelo el jueves. Se desplomó en medio de una tempestad que desencajó, voló
techos y derribó paredes. Los monterianos estaba tan compenetrada con el viejo palo
de camajón que desde ya empezaron a escribir su historia. Saben que es una
huella histórica más que se borra de la ciudad. Saben que aquí en Montería la
civilización tiene sangre de verdugo. Y por eso quieren hacer del recuerdo de
este viejo árbol una marca indeleble en el tiempo. Un mito. Una leyenda.
Cada monteriano tiene su
propio recuerdo alrededor del viejo palo de camajón. Es como si el árbol continuara
generando sentimientos de unidad y convivencia ciudadana hasta mucho más allá
de su muerte.
Las voces se escuchan por
todas partes. ¡Cómo! ¡Eso tengo que verlo! Exclamó doña Olga Morales
cuando Rafaél Enrique, un amigo de la
familia, le fue a tocar la puerta de su
casa para avisarle, en medio de un torrencial aguacero, que el árbol se había
desplomado. Eran las 11:30 de la noche del miércoles y llovía a cantaros, con
fuertes brizas, sobre la ciudad.
“El vendaval zumbaba y amenazaba con borrarlo
todo, pero así me vine para acá”, recuerda ahora doña Olga, mujer con una
inmensa capacidad de trabajo, quien hace
diez años vende comida popular y chicha de maíz helada en un kiosco con
techumbre de zinc al pie de lo que aún queda del árbol.
Contrario a la
interpretación general, hay quienes afirman que la muerte del Camajón obedece, no
solo a que estuviera viejo y agotado, sino también a las malas energías de
quienes pretendían tumbarlo porque lo consideraban un impedimento para el
desarrollo urbanístico de la ciudad.
“Mire compa –dice doña Olga-
la naturaleza es jodida, ese camajón se suicidó,
se desplomó aprovechando el vendaval del miércoles porque sabía que la
intensión del gobierno era quitarlo de allí porque estorbaba para pavimentar el
sector.”
Pero también hay voces que
aseguran que evidentemente el árbol entró en un proceso de agotamiento y deterioro
originado por su vejez y falta de mantenimiento. Que se pudrió en medio de la
gloria del tiempo. Isabel Pérez piensa que “a todos nos va a hacer falta, pero
todo tiene su tiempo y el del viejo camajón ya se cumplió, un poco forzado pero
cumplió su ciclo”.
También durante los últimos
años se tejieron historias fantásticas alrededor del árbol, como la de José
León, un viejo que por muchos años vivió en un cuartucho improvisado contiguo
al kiosco de doña Olga, donde vivía rodeado de gatos y perros, que cambió el
oficio de sastre por el de la zapatería y el de arreglar guitarras, y de quien se llegó a decir que era poseedor
de una fortuna que había enterrado en los alrededores del árbol. Tan pronto
como murió, el 28 de octubre del 2011, no faltaron quienes levantaran los
pliegos amarillentos y fétidos donde dormía para comprobar que todo era mentira.
Lo cierto es que la única
que se apiadó en los momentos difíciles del viejo León fue doña Olga, quien le
daba de comer, “como a un pajarito”. Tiempo después ella fue objeto de los
señalamientos de la gente y hasta de la misma prensa. “De mi se dijo y se escribieron
todo tipo de barbaridades, que yo aquí vendía marihuana y bazuco y que
utilizaba el cuartucho del viejo León para hacer contactos con prostitutas, y
hasta mostraron una foto en la que yo aparecía con una minifalda, lo cual fue
todo un montaje fotográfico”, recuerda hoy doña Olga.
Símbolo
de identidad
Durante muchos años el
camajón fue un punto de referencia y el sitio de encuentro de más de ochenta
mil familias del sur de Montería. Alrededor del árbol la gente interactuaba,
dialogaban, se encontraban y hacían amistades.
“Monteriano que se respete se citó con su novia
o con su amante en el Camajón”, recuerda hoy Ricardo Guzmán, quien por mucho
tiempo vivió por el sector que del antiguo Hospital San Jerónimo conducía al
Camajón.
Para el profesor e
investigador cultural William Fortich Díaz, quién vivió muchos años en La
Granja, también los árboles, los ríos y las montañas pueden convertirse en geo
símbolos. Recuerda que “la ruta de buses que me servía era la de El Camajón,
que era la que pasaba por la calle 24. La otra ruta era la del Hospital.
Definitivamente la muerte de un río, como la de un árbol duelen”.
Johnny Peña, nieto de Pacho
Peña, uno de los comerciantes más tradicionales y emblemáticos de Montería,
comenta que “con la muerte del camajón se nos fue parte de la historia de
nuestro pueblo, de nuestra ciudad, también un gran referente y ubicador
geográfico local, por eso comparto el sentimiento de pesadumbre de los
monterianos”.
El Arquitecto y profesor
Luis Carlos Raciny Alemán, magister en planeación urbana y regional, considera
que sitios tradicionales y populares como el árbol de camajón se constituyen en
las ciudades en recursos fundamentales para construir identidad, para modelar
actitudes e incidir de manera positiva en la vida de la sociedad.
Las
cuentas de su edad
Nadie que se sepa ha podido
precisar la edad del camajón, pero se hacen cálculos. El profesor e
investigador social Víctor Negrete Barrera recuerda que en Montería se
empezaron a producido las primeras invasiones de tierra y una de estas originó
la creación del barrio 14 de julio (1959). “Era la época de grandes movimientos
mundiales y en las que el magma popular estaba en plena ebullición”.
Por esa época nadie le había
vuelto a calcular la edad al camajón. Hacía muchísimo tiempo ya existía, desde
cuando se creó, a inicios de la década del 60, el populoso
barrio La Granja, al que el ingenio popular bautizó inicialmente como “Cagajunto”,
debido a la cantidad de letrinas y casas colindantes en tan poco espacio.
El lote de 44 hectáreas, en
los que se encontraba inicialmente la Granja Experimental de Montería, y desde
donde –según el médico veterinario Carlos Crismatt Mouthon- se dio a conocer por
primera vez el ganado romosinuano y los burros catalanes, fue cedido, por
iniciativa del alcalde y escritor Rafael Yances Pinedo, al Instituto de Crédito
Territorial.
Por ese entonces la edad del
camajón se estimaba en cincuenta y cinco
años, por lo que actualmente se le calculaban entre ciento doce y ciento veinte
años, es decir, el árbol habría estado allí desde 1892, cuando Montería era
apenas una provincia de algo más de seis mil habitantes, con escasamente once
avenidas y cinco calles que más bien eran callejones que se extendían hacia
todas partes y en donde apenas empezaban a circular los primeros billetes.
Por eso, desde cuando el
sector era una inmensa finca conocida como La Granja y el árbol nació
espontáneamente hasta ahora que ha muerto, glorificado en su propia
grandeza, se le calculan entre 112 y 120
años.
Los más optimistas aseguran
que el Camajón, aunque no había nacido cuando el aterrador paso del comenta, sí
sobrevivió a la epidemia del cólera morbo, a las inundaciones diluvianas del
Sinú y al vendaval de la noche de San Bartolomé.
Al
lado del Camajón fueron formándose otros barrios. Después de La Granja vinieron el Plan Número 5 que hoy se conoce
como el barrio P-5, casi seguido de El Prado, de donde surge “Todo Sucio”,
llamado así por la sabiduría popular ante la cantidad de casuchas improvisadas con
techos de telas. Y siempre el punto de orientación para los habitantes de todas
estas comunidades era el Camajón.
Hoy
Montería tiene sobradas razones para extrañar este emblemático árbol que ahora
está ahí despedazado con motosierra y que la gente se ha ido llevando poco a
poco como recuerdo de un pedazo de su historia.
Y no es para menos, porque ayer las grietas de esos troncos que yacen
allí sobre el piso de tierra manaban un líquido, una especie de aceite
ambarino, como el de la sangre que el sol seca y borraba para siempre.
¿"LOS MONTERIANOS ESTABA TAN COMPENETRADA"? NO HAY CONCORDANCIA , NI DE NÚMERO NI DE GÉNERO. DEJA MUCHO QUE DECIR, TAL VEZ FUE ERROR DE "TIPOGRAFÍA"
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