En Cien Años de Soledad hay un pasaje que viene a ser una revelación anticipada de lo que pasa entre el expresidente Álvaro Uribe Vélez y las Farc; es ese instante en el que el general Moncada le dice a su viejo amigo Aureliano Buendía: ‘lo que me preocupa –le dice Moncada- no es que me mandes a fusilar sino que de tanto odiar a tus enemigos has terminado pareciéndote a ellos’. Lo mismo aplica para el expresidente y las Farc, se odian tanto que se han dejado llevar por una violencia irracional a tal punto que han terminado casi por perder la razón, entregándose a un odio ciego, en el vacío, y se han olvidado de la sociedad y del pueblo al cual, maquiavélicamente, dicen representar. Es decir, se odian tanto que han terminado por parecerse. Ambos manejan un discurso guerrerista, ambos actúan con astucia y engaño; ambos se quieren matar en una guerra que los ha llevado al fracaso; ambos se creen dueños de un poder que nadie les ha dado. Lo grave es que esa violencia por la violencia, esa violencia ciega, ha perjudicado y sigue perjudicando enormemente a quienes desde una mirada independiente no compartimos sus propósitos de venganza guerrerista, pero quienes tampoco compartimos, en lo más mínimo, la estructura de este Estado anacrónico y este sistema de gobierno fracasado, de los que ambos son una consecuencia. Si uno piensa distinto a Uribe se expone a que le pongan la etiqueta de guerrillero, y si piensa distinto a las Farc le ponen la etiqueta de la extrema derecha fascista. A ambos hay que recordarles que una guerra sin base popular está condenada al fracaso, al igual que una paz sin consulta popular, como la de la Habana, solo les funcionará al Gobierno y a las Farc por un tiempo.
sábado, 16 de noviembre de 2013
Cuando los polos se encuentran
Por Ramiro Guzmán
Arteaga
En Cien Años de Soledad hay un pasaje que viene a ser una revelación anticipada de lo que pasa entre el expresidente Álvaro Uribe Vélez y las Farc; es ese instante en el que el general Moncada le dice a su viejo amigo Aureliano Buendía: ‘lo que me preocupa –le dice Moncada- no es que me mandes a fusilar sino que de tanto odiar a tus enemigos has terminado pareciéndote a ellos’. Lo mismo aplica para el expresidente y las Farc, se odian tanto que se han dejado llevar por una violencia irracional a tal punto que han terminado casi por perder la razón, entregándose a un odio ciego, en el vacío, y se han olvidado de la sociedad y del pueblo al cual, maquiavélicamente, dicen representar. Es decir, se odian tanto que han terminado por parecerse. Ambos manejan un discurso guerrerista, ambos actúan con astucia y engaño; ambos se quieren matar en una guerra que los ha llevado al fracaso; ambos se creen dueños de un poder que nadie les ha dado. Lo grave es que esa violencia por la violencia, esa violencia ciega, ha perjudicado y sigue perjudicando enormemente a quienes desde una mirada independiente no compartimos sus propósitos de venganza guerrerista, pero quienes tampoco compartimos, en lo más mínimo, la estructura de este Estado anacrónico y este sistema de gobierno fracasado, de los que ambos son una consecuencia. Si uno piensa distinto a Uribe se expone a que le pongan la etiqueta de guerrillero, y si piensa distinto a las Farc le ponen la etiqueta de la extrema derecha fascista. A ambos hay que recordarles que una guerra sin base popular está condenada al fracaso, al igual que una paz sin consulta popular, como la de la Habana, solo les funcionará al Gobierno y a las Farc por un tiempo.
En Cien Años de Soledad hay un pasaje que viene a ser una revelación anticipada de lo que pasa entre el expresidente Álvaro Uribe Vélez y las Farc; es ese instante en el que el general Moncada le dice a su viejo amigo Aureliano Buendía: ‘lo que me preocupa –le dice Moncada- no es que me mandes a fusilar sino que de tanto odiar a tus enemigos has terminado pareciéndote a ellos’. Lo mismo aplica para el expresidente y las Farc, se odian tanto que se han dejado llevar por una violencia irracional a tal punto que han terminado casi por perder la razón, entregándose a un odio ciego, en el vacío, y se han olvidado de la sociedad y del pueblo al cual, maquiavélicamente, dicen representar. Es decir, se odian tanto que han terminado por parecerse. Ambos manejan un discurso guerrerista, ambos actúan con astucia y engaño; ambos se quieren matar en una guerra que los ha llevado al fracaso; ambos se creen dueños de un poder que nadie les ha dado. Lo grave es que esa violencia por la violencia, esa violencia ciega, ha perjudicado y sigue perjudicando enormemente a quienes desde una mirada independiente no compartimos sus propósitos de venganza guerrerista, pero quienes tampoco compartimos, en lo más mínimo, la estructura de este Estado anacrónico y este sistema de gobierno fracasado, de los que ambos son una consecuencia. Si uno piensa distinto a Uribe se expone a que le pongan la etiqueta de guerrillero, y si piensa distinto a las Farc le ponen la etiqueta de la extrema derecha fascista. A ambos hay que recordarles que una guerra sin base popular está condenada al fracaso, al igual que una paz sin consulta popular, como la de la Habana, solo les funcionará al Gobierno y a las Farc por un tiempo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario