Ramiro Guzmán Arteaga
Lo que se está develando en la Corporación Nuevo Arco Iris, por cuenta del comité ejecutivo, es que lo que hay en esa entidad es una olla podrida con olores nauseabundos. Hoy la Corporación parece más un sanedrín en el que sus directivos se reúnen para mantener algo oculto que la entidad reivindicadora en la que los excombatientes de base de la antigua Corriente de Renovación Socialista podrían encontrar una nueva opción de vida.
No es sino leer El Espectador del 26 de junio de 2011, para inferir el grado de corrupción, mentiras y trapisondas burocráticas, acompañado de deslealtades y zancadillas de los miembros del Comité Ejecutivo, en cabeza de León Valencia y el hoy controvertido Concejal de Bogotá, Antonio Sanguino, quienes ya han tenido que declarar ante la fiscalía por presuntos malos manejos de dineros.
Lo paradójico es que quienes los denuncian no es la ultraderecha, como se podría pensar, sino los mismos excombatientes que un día les sirvieron de guardaespaldas en una guerra en los que ellos, Sanguino y Valencia, nunca dispararon un tiro; como quien dice, a los antiguos camaradas les asiste el derecho legal y ético de denunciarlos. También es claro que el problema y la lucha por mantenerse en el poder en los cargos directivos es de plata. Las declaraciones expuestas y justificadas por los directivos de la Corporación, nos llevan a pensar que han caído en los métodos corruptos de querer tapar sus mentiras con triquiñuelas jurídicas, al mejor estilo de la clase política corrupta, que un día, valencia y Sanguino, dijeron combatir. (II El dosier)
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