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El monumento a la paz del escultor Alfredo Torres es uno de
los más polémicos de Montería, algunos consideran que fue
autorizado por las autodefensas como homenaje al
paramilitarismo, el artista lo niega categóricamente.
(Foto: José Pautt Cueto) |
Ramiro Guzmán Arteaga (*)
Montería-Córdoba (Colombia)
Las
esculturas y los monumentos que se levantan en Montería semejan espectáculos
muertos, vacíos y espectrales. A pesar de todas las explicaciones posibles del
gobierno y del poder imaginativo de los artistas plásticos, para hacerlas ver
como un producto del poder de la imaginación, lo cierto es que la ciudad parece
criticarlas y en otros casos ignorarlas desde la contrabarrera de ambos.
Un
ejemplo. En medio de la glorieta que conduce a la salida hacia Medellín se
levanta el Monumento a la Ganadería, un encierro de vacas y toros que semejan
sombras inmóviles, pétreas, que aún no han logrado calar en el sentimiento
popular. Para el gobierno municipal el monumento representa la riqueza ganadera
de Montería, que tiene connotación nacional e internacional, mientras que para
la crítica solo son ‘latas con figuras de ganado’, en las que ni siquiera muchos
ganaderos se ven representados. Además, constituye una afrenta y una paradoja
el que ocupe un sitio aledaño al asentamiento humano Cantaclaro, en donde viven
familias en estado de extrema pobreza y miseria.
Pero
en Montería también hay monumentos y esculturas a las que por diversas razones
aún no se les encuentra un sitio desde el cual se puedan apreciar y valorar
desde lo público, pues algunas son reubicadas por la misma dinámica urbanística
de la ciudad, en tanto que otras por la polémica derivada de su interpretación.
Así ocurre con el Monumento a la Paz, que debió ser trasladado desde la entrada
a la ciudad, por el lado norte, hasta el
barrio La Granja, al sur, en medio de versiones contrapuestas entre quienes
consideran o no que la obra es un homenaje al paramilitarismo. El monumento ha
ocasionado un impacto emocional no solo en la ciudad, que reclama claridad,
sino también en su autor, el reconocido escultor Alfredo Torres, quien en
reiteradas ocasiones ha desmentido categóricamente esa interpretación.
Pero
no termina allí las críticas que han recaído sobre estas obras de arte en
Montería pues en la Circunvalar, a la altura de la calle 27, una escultura con
estructura de hierro y figuras asimétricas identificada como La Tolerancia, que
pocos han logrado interpretar, debió ser retirada para dar paso a un proyecto
del gobierno que, paradójicamente, se conoce como Ciudad Amable. El gobierno
confirma que será reubicada al final de la calle principal del barrio La
Granja.
Polémicas de vieja data
Mucho
antes de que la ciudad iniciara un desarrollo arquitectónico natural, pero caótico,
desigual y excluyente como el actual, ya otras esculturas públicas habían
generado conflictos. En 1935 fue inaugurado el Monumento a la Bandera, donado
por el general Jorge Ramírez Arjona y demolido en 1954 por autoridades
empeñadas en borrar las obras filantrópicas del Oficial.
En
abril de 1963 Guillermo Valencia Salgado, “El Compae Goyo”, esculpió El Boga, la
escultura más representativa de que se tenga conocimiento del hombre sinuano. La
obra, hecha con molde de barro, cemento crudo y hormigón, fue destruida a
martillazos por un fanático religioso
estimulado por un cura que la descalificó por considerarla inmoral y obscena,
pues representaba a un hombre desnudo en una canoa que hacía sonrojar a las
damas de la ‘alta sociedad’. En retaliación seguidores del “Compae Goyo” destruyeron parte de una
estatua del Papa Pio XII que había sido instalada frente a la Catedral San
Jerónimo de Montería.
En épocas mucho más reciente el monumento a la
hidroeléctrica de Urra, a las que muchos consideraron una obra inmerecida y de
mal gusto, además, por el impacto ambiental de la hidroeléctrica sobre el valle
del Sinú, fue demolida casi que en silencio.
Esta
es apenas una muestra de la falta de identidad y sentido de pertenencia de la
ciudad con sus monumentos y esculturas, por lo que las obras, lejos de ‘comunicarse’
con la ciudad, evidencian un distanciamiento emocional y, si se quiere,
espiritual.
Una
consulta entre investigadores, intelectuales, escritores, cantantes y artistas
visuales contemporáneos permite ubicar el problema en diversas causas. Lo primero
que queda evidenciado es que, a pesar que el arte tiene una interpretación
ilimitada, la ciudad no logra tener una obra que identifique y cohesione el
sentir ciudadano dentro de la sociedad que la habita.
Las
obras son ajenas a la gente que las aprecia, no han sido fruto del sentir propio
de la comunidad porque, además, las propuestas no han sido consultadas con los
habitantes y por tanto no han estimulado la participación ciudadana. Por el
contrario, las obras han sido el resultado de decisiones caprichosas que dejan
ver claramente el poco interés por configurar y construir un verdadero sentido
de ciudadanía.
En
este contexto los monumentos y esculturas que más están en la mira de la
crítica son: Monumento a La Paz, El Campesino, La Tolerancia, La Ganadería, los
cuales aún no logran construir identidad. Obras que generan un gran valor
estético para quienes las propusieron, pero que aún no logran generar un diálogo con la ciudad ni con el entorno en
el que fueron ubicadas.
Falta
identidad y educación
El
antropólogo y poeta Alexis Zapata Meza resume
así la lectura que hace de las obras
pasadas y presentes: cuando existió El Boga, dejamos que lo derrumbaran; el
monumento a El Campesino, ubicado en el triángulo del mercado, nadie lo voltea
a ver; el de La Tolerancia, al igual que el de la Ganadería, es una
chabacanería pues de eso nada tienen; el de La Paz, no logra transmitir paz
colóquenlo donde lo coloquen. En definitiva,
nuestra identidad está diluida, difícil de captar; nada nos expresa. No
reconocemos nuestras raíces, no las queremos ver. Difícil cuando no nos queremos
definir. No miramos hacia atrás. Aspiramos a ser dinámicos, llegar al futuro
sin tener pasado. No tenemos centro.
Para
el escritor y director del grupo literario El Túnel, José Luís Garcés Gonzáles,
el problema es de educación. “Pero no de
cualquier educación: una educación en historia, ética y culturología. Montería
no tiene perfil definido, aún no conoce su historia, tiene infinitamente más
habitantes que ciudadanos, la mayoría de su población posee intereses
bastardos, es un pueblo-ciudad de contrastes y desórdenes, su nivel cultural es
bajo”.
Según
el escritor es todo este acumulado y más el que no le permite a Montería tener
íconos o imaginarios o simbolismos que identifiquen a la mayoría de sus
habitantes. Considera que superar todo esto es difícil. “El asunto es
dispendioso y el proceso es largo. Esa solución se asomará en el siglo XXII, si
acaso. Estas, como se dice en el urbanismo contemporáneo, son ciudades
fallidas”.
Se requieren estudios
El
investigador social y profesor Víctor Negrete Barrera considera que las esculturas y monumentos no representan la
esencia ni la idiosincrasia del monteriano. “El monumento a la ganadería es
solo una representación de la figura del ganado pero no refleja el sentir de la
gente ni mucho menos del hombre sinuano.”
Argumenta
que no se han hecho estudios del imaginario colectivo de Montería que
represente todo ese sentir en una obra artística. “A esto se le suman otros factores como la pobreza y la violencia que han hecho que
los valores, las costumbres positiva y las creencias se hayan venido abajo. No
tenemos una visión del monteriano actual”.
Además,
“Montería no es solo ganadería hay muchas otras cosas, la nueva y la vieja
arquitectura, que la estamos borrando, estamos quedando sin huella histórica.
Mucho más allá, está la biodiversidad y el río Sinú que lo estamos acabando sin
tenerlo en cuenta. En definitiva, no somos solo ganado”.
Uberto Gómez, uno de los
pocos profesores y pintores que rescatan y representan en sus obras y temática el sombrero vueltiao y
los indígenas Zenú, trabaja con algunos códigos visuales de la región como el bocachico,
hicotea, pájaros. Para él es claro que “la mayoría de los procesos artísticos
nacen de la percepción del ambiente donde se mueve el artista, donde se crea un
imaginario ideológico o un modelo de pensamiento”.
Considera
que “para tener una representación visual sinuana, es necesario tener un modelo
de pensamiento producto del conocimiento de qué es ser sinuano. Esto se
justifica porque la cultura desde el punto de vista antropológico es el modo de
vivir de un pueblo o región. Por consiguiente, si somos producto de la cultura Zenú
se tiene que transmitir ese legado”.
El
profesor Luis Carlos Raciny Alemán, Magister en Planeación Urbana y Regional,
considera que Montería no logra tener una escultura que identifique y cohesione
el sentir ciudadano porque las que existen o existieron no han sido fruto del
sentir propio de la comunidad hacia un personaje o acontecimiento que
dignifique y magnifique de alguna forma
la existencia de la sociedad urbana de la ciudad. “Estas obras son el resultado
de decisiones caprichosas que dejan ver el poco interés de quienes han dirigido
y dirigen la construcción de la ciudad, por despertar y configurar un verdadero
sentido de ciudadanía, ejemplo de esto es el monumento a la ganadería, el cual
no logra construir identidad”.
A su
turno la cantante Aglaé Caraballo, La Reina del Porro, considera que en
Montería hace falta voluntad política y sentido de pertenencia, Además, “para
dar prioridad a proyectos culturales y adjudicar las obras culturales nuestros
artistas deberían participar en convocatorias locales, abiertas, participativas
y transparentes.”
La culpa fue de la vaca
En una escultura o monumento hay que tener en
cuenta la distancia física y el entorno entre la obra y el espectador, lo que
los artistas denominan emplazamiento.
Por eso Andrés Castillo, autor del monumento a la Ganadería, explica que
“el sitio escogido fue una afrenta para los habitantes del asentamiento
Cantaclaro quienes ven cómo los ganaderos ricos hacen gala de su poder y riqueza,
frente a quienes solo comen, con suerte, carne una vez por semana”.
En cuanto a la elaboración y acabado, explicó que el
diseño de los animales no satisfizo los gustos de la gente porque deseaban ver
las vacas pintadas y, según, fueron hechas con ‘pura lata vieja’. “Lo que
sucedes es que es una obra de corte moderno y el material para una escultura de
exterior debe presentarse sin recubrimiento pictórico ya que le restaría
belleza al conjunto al esconder la hermosura del tono natural.
Al aludir a
las críticas por la falta de identidad Andrés Castillo aclara que “la elección del
tema fue tomada por unos pocos, sin tener en cuenta el querer de muchos, lo
cual es un desatino en cuanto a política de amueblamiento urbano de la ciudad”.
Considera que son los que toman las decisiones quienes
deben interpretar el deseo de quienes los eligen para guiar sus destinos y no
los artistas. “Si Montería no ha tenido
un monumento acorde con su idiosincrasia ha sido por falta de políticas
culturales y coherente por parte del Estado. “Los dirigentes no entienden que
el arte es una necesidad y no un desperdicio”.
En cuanto al costo de la obra precisa que “el
presupuesto fue de $350 millones, pero tan solo entregaron (la Alcaldía) un
contrato de $ 97 millones, que se redujo con impuestos a $ 66 millones, lo que solo alcanza para una
escultura”.
En medio de todas estas polémicas, lo cierto
es que Montería es una ciudad que se encuentra en medio de una encrucijada
cultural en la que se pretende que la ciudad glorifique más la guerra, lo
incomprensible, lo obvio, antes que la
propia realidad cultura del Sinú de su pasado como forma de entender el
presente y dimensionar el futuro.
Se requiere con urgencia, como me señala el
investigador cultural Roger Serpa, “hacer visible lo invisible y dejar de
glorificar lo que no es nuestro”. Ese sería un buen punto de partida para rencontrarnos
y aspirar, al menos, a tener ‘una segunda oportunidad sobre la tierra’.
Respuestas del Alcalde Correa
¿Por qué cree usted que Montería aún no logra tener una escultura o
monumento que se identifique y cohesiones con el sentir ciudadano?
Carlos Eduardo Correa: Montería en los últimos doce años ha
hecho cuatro esculturas importantes, el monumento a la Tolerancia, retirado
para dar paso a las obras que estamos realizando a través de Montería Amable;
el monumento de la Paz; monumento de La
Ganadería y La Ventana, que es una réplica de una obra hecha por el reconocido
escultor bogotano Carlos Rojas y de las cuales hay pocas en el mundo. Estas
esculturas han hecho, más que lograr identificar o cohesionar el sentir
ciudadano. Estamos en este momento construyendo una imagen de nuestra ciudad,
alrededor de nuestra cultura, nuestra gastronomía, de nuestro arte, de la
música y de aquí se empezarán a desprender nuevos monumentos, nuevas esculturas
y nuevos lineamiento en materia de arte.
Esto ya se está diseñando con algunos
proyectos que se están organizando, la mayoría de ellos alrededor de la Ronda
del Sinú, esperamos iniciar la ronda en
la margen izquierda y en el sur. Allí vamos a tener simbolismo fuerte en
materia cultural, ya estamos en un plan de apropiación de nuestra cultura para
que la ciudad y sus ciudadanos se identifiquen con su propia imagen.
¿Qué concepto le merece el monumento a la ganadería?
Carlos Eduardo Correa: Es definitivamente un monumento que
tiene una asociación con los nuestro, con la representación que tiene Montería
a nivel nacional; de pronto le hace falta un complemento en el sitio donde está
ubicada, pero es un monumento que verdaderamente nos identifica. De los demás monumentos
que están adornando la ciudad, debemos tener un proceso de socialización mucho
mayor para que la gente se sienta parte de ellos. Ese es el proceso en el que estamos.
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(*) Periodista y magíster en
educación. Docente en la Universidad del Sinú.