jueves, 27 de junio de 2013

Peligra la vida del río Sinú


Ramiro Guzmán Arteaga
Las almejas asiáticas pueden afectar gravemente la vida
biológica del río Sinú (Foto. Ramiro Elías)
Los profesores de la Universidad de Córdoba, la bióloga marina Martha Mogollón y el biólogo Jaiber Garcés, me confirmaron ayer los graves riesgos que para la vida biológica del río Sinú representa la presencia de almejas asiáticas en la zona media y baja. También recomendaron a los ribereños no consumirlas hasta tanto se hagan estudios que demuestren específicamente que estas almejas no representan ningún peligro para el consumo humano.
 Para los expertos es claro que estas almejas es una especie exótica que se alimenta de microorganismos nativos, propios del río Sinú, a los cuales puede desplazar progresivamente y hacer que el valle del Sinú cambie y deje de ser uno de los más fértiles del mundo, lo que significa ni más ni menos un impacto ambiental de graves consecuencias.
Es evidente que será difícil precisar cómo llegaron y cuál ha sido la vía de dispersión, pues las almejas pueden incluso remontar aguas arriba desde la misma zona de influencia de la desembocadura del río, en Bocas de Tinajones, a través de especies mayores a las que se les adhieren cuando aún son muy jóvenes. Sin embargo, los biólogos confirman que esta especie  ya está adaptada al sustrato del río Sinú de donde toman sus alimentos y se reproducen rápidamente por cuanto una sola almeja puede liberar en promedio 400 crías en un día. Pero si no se monitorean en forma permanente no se podrán tomar medidas de manejo, mitigación de daños, ni hacer predicciones de su comportamiento futuro. Por tanto el futuro del valle del Sinú y todo lo que representa para la humanidad está en manos de las autoridades ambientales, ministerio del ambiente, CVS; así como de Urrá S.A y la Universidad de Córdoba.

viernes, 21 de junio de 2013

Confirmado: almejas asiáticas en Sinú


Las almejas que desde mediados de 2011 empezaron a aparecer
en el río Sinú son una especie exótica, provenientes de Asia que
pondría en riesgo la riqueza biológica del Sinú.
(Foto/ Roger Guzmán Arteaga)
Ramiro Guzmán Arteaga
Evitando cualquier especulación e interpretación personal hice, en este espacio, varios llamados a las autoridades ambientales  y académica para que asumieran el estudio que permitiera confirmar el origen y el riesgo ambiental que puede significar la presencia de almejas o ‘caracuchas’ en la parte media y baja del río Sinú.
Pues bien, los resultados de estudios y consultas que me han hecho llegar la Corporación Autónoma de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS), la Universidad de Córdoba y la Empresa Urrá S.A son, en principio, reveladores y preocupante.

Las autoridades confirman que estas  almejas son – como lo habíamos dicho- de origen asiático, una especie exótica cuya llegada al río Sinú se desconoce aunque pudieron haber sido echadas  a propósito, en forma directa, o accidentalmente a través de equipos traídos de Asia, inicialmente por embarcaciones, hasta llegar posteriormente por vía terrestre a la zona de influencia del río Sinú.
En principio se descarta  que la construcción de la hidroeléctrica de Urrá sea la causa específica de la presencia de las almejas,  o una consecuencia de la penetración de la cuña salina por el cauce del río; sin embargo se advierte que,  por ser el Sinú un río altamente intervenido por el hombre,  da pie para la llegada y reproducción de esta especie.
Una consulta hecha también a la bióloga marina de la U. Nacional de Colombia, María Virginia de la Hoz, me confirma que estas son especies exótica, “potencialmente invasora”, pues su presencia no puede llegar a tener éxito y extinguirse; sin embargo, de llegarse a mantener, serían una  gravísima amenaza para la vida del río Sinú. Más información:

martes, 18 de junio de 2013

La peregrinación de las esculturas de Montería


Foto José Cautt Cueto
El monumento a la paz del escultor Alfredo Torres es uno de
los más polémicos de Montería, algunos consideran que fue
autorizado por las autodefensas como homenaje al
paramilitarismo, el artista lo niega categóricamente.
(Foto: José Pautt Cueto)

Ramiro Guzmán Arteaga (*)
Montería-Córdoba (Colombia)

Las esculturas y los monumentos que se levantan en Montería semejan espectáculos muertos, vacíos y espectrales. A pesar de todas las explicaciones posibles del gobierno y del poder imaginativo de los artistas plásticos, para hacerlas ver como un producto del poder de la imaginación, lo cierto es que la ciudad parece criticarlas y en otros casos ignorarlas desde la contrabarrera de ambos.
Un ejemplo. En medio de la glorieta que conduce a la salida hacia Medellín se levanta el Monumento a la Ganadería, un encierro de vacas y toros que semejan sombras inmóviles, pétreas, que aún no han logrado calar en el sentimiento popular. Para el gobierno municipal el monumento representa la riqueza ganadera de Montería, que tiene connotación nacional e internacional, mientras que para la crítica solo son ‘latas con figuras de ganado’, en las que ni siquiera muchos ganaderos se ven representados. Además, constituye una afrenta y una paradoja el que ocupe un sitio aledaño al asentamiento humano Cantaclaro, en donde viven familias en estado de extrema pobreza y miseria.
Pero en Montería también hay monumentos y esculturas a las que por diversas razones aún no se les encuentra un sitio desde el cual se puedan apreciar y valorar desde lo público, pues algunas son reubicadas por la misma dinámica urbanística de la ciudad, en tanto que otras por la polémica derivada de su interpretación. Así ocurre con el Monumento a la Paz, que debió ser trasladado desde la entrada a  la ciudad, por el lado norte, hasta el barrio La Granja, al sur, en medio de versiones contrapuestas entre quienes consideran o no que la obra es un homenaje al paramilitarismo. El monumento ha ocasionado un impacto emocional no solo en la ciudad, que reclama claridad, sino también en su autor, el reconocido escultor Alfredo Torres, quien en reiteradas ocasiones ha desmentido categóricamente esa interpretación.
Pero no termina allí las críticas que han recaído sobre estas obras de arte en Montería pues en la Circunvalar, a la altura de la calle 27, una escultura con estructura de hierro y figuras asimétricas identificada como La Tolerancia, que pocos han logrado interpretar, debió ser retirada para dar paso a un proyecto del gobierno que, paradójicamente, se conoce como Ciudad Amable. El gobierno confirma que será reubicada al final de la calle principal del barrio La Granja.
Polémicas de vieja data
Mucho antes de que la ciudad iniciara un desarrollo arquitectónico natural, pero caótico, desigual y excluyente como el actual, ya otras esculturas públicas habían generado conflictos. En 1935 fue inaugurado el Monumento a la Bandera, donado por el general Jorge Ramírez Arjona y demolido en 1954 por autoridades empeñadas en borrar las obras filantrópicas del Oficial.
En abril de 1963 Guillermo Valencia Salgado, “El Compae Goyo”, esculpió El Boga, la escultura más representativa de que se tenga conocimiento del hombre sinuano. La obra, hecha con molde de barro, cemento crudo y hormigón, fue destruida a martillazos  por un fanático religioso estimulado por un cura que la descalificó por considerarla inmoral y obscena, pues representaba a un hombre desnudo en una canoa que hacía sonrojar a las damas de la ‘alta sociedad’. En retaliación seguidores del  “Compae Goyo” destruyeron parte de una estatua del Papa Pio XII que había sido instalada frente a la Catedral San Jerónimo de Montería.
 En épocas mucho más reciente el monumento a la hidroeléctrica de Urra, a las que muchos consideraron una obra inmerecida y de mal gusto, además, por el impacto ambiental de la hidroeléctrica sobre el valle del Sinú, fue demolida casi que en silencio.
Esta es apenas una muestra de la falta de identidad y sentido de pertenencia de la ciudad con sus monumentos y esculturas, por lo que las obras, lejos de ‘comunicarse’ con la ciudad, evidencian un distanciamiento emocional y, si se quiere, espiritual. 
Una consulta entre investigadores, intelectuales, escritores, cantantes y artistas visuales contemporáneos permite ubicar el problema en diversas causas. Lo primero que queda evidenciado es que, a pesar que el arte tiene una interpretación ilimitada, la ciudad no logra tener una obra que identifique y cohesione el sentir ciudadano dentro de la sociedad que la habita.
Las obras son ajenas a la gente que las aprecia, no han sido fruto del sentir propio de la comunidad porque, además, las propuestas no han sido consultadas con los habitantes y por tanto no han estimulado la participación ciudadana. Por el contrario, las obras han sido el resultado de decisiones caprichosas que dejan ver claramente el poco interés por configurar y construir un verdadero sentido de ciudadanía.
En este contexto los monumentos y esculturas que más están en la mira de la crítica son: Monumento a La Paz, El Campesino, La Tolerancia, La Ganadería, los cuales aún no logran construir identidad. Obras que generan un gran valor estético para quienes las propusieron, pero que aún no logran generar  un diálogo con la ciudad ni con el entorno en el que fueron ubicadas.
Falta identidad y educación
El antropólogo y poeta Alexis Zapata Meza resume así la lectura que hace de las obras pasadas y presentes: cuando existió El Boga, dejamos que lo derrumbaran; el monumento a El Campesino, ubicado en el triángulo del mercado, nadie lo voltea a ver; el de La Tolerancia, al igual que el de la Ganadería, es una chabacanería pues de eso nada tienen; el de La Paz, no logra transmitir paz colóquenlo donde lo coloquen. En definitiva,  nuestra identidad está diluida, difícil de captar; nada nos expresa. No reconocemos nuestras raíces, no las queremos ver. Difícil cuando no nos queremos definir. No miramos hacia atrás. Aspiramos a ser dinámicos, llegar al futuro sin tener pasado. No tenemos centro.
Para el escritor y director del grupo literario El Túnel, José Luís Garcés Gonzáles,  el problema es de educación. “Pero no de cualquier educación: una educación en historia, ética y culturología. Montería no tiene perfil definido, aún no conoce su historia, tiene infinitamente más habitantes que ciudadanos, la mayoría de su población posee intereses bastardos, es un pueblo-ciudad de contrastes y desórdenes, su nivel cultural es bajo”.
Según el escritor es todo este acumulado y más el que no le permite a Montería tener íconos o imaginarios o simbolismos que identifiquen a la mayoría de sus habitantes. Considera que superar todo esto es difícil. “El asunto es dispendioso y el proceso es largo. Esa solución se asomará en el siglo XXII, si acaso. Estas, como se dice en el urbanismo contemporáneo, son ciudades fallidas”.
                                                Se requieren estudios
El investigador social y profesor Víctor Negrete Barrera considera que las  esculturas y monumentos no representan la esencia ni la idiosincrasia del monteriano. “El monumento a la ganadería es solo una representación de la figura del ganado pero no refleja el sentir de la gente ni mucho menos del hombre sinuano.”
Argumenta que no se han hecho estudios del imaginario colectivo de Montería que represente todo ese sentir en una obra artística.  “A esto se le suman otros factores como  la pobreza y la violencia que han hecho que los valores, las costumbres positiva y las creencias se hayan venido abajo. No tenemos una visión del monteriano actual”.
Además, “Montería no es solo ganadería hay muchas otras cosas, la nueva y la vieja arquitectura, que la estamos borrando, estamos quedando sin huella histórica. Mucho más allá, está la biodiversidad y el río Sinú que lo estamos acabando sin tenerlo en cuenta. En definitiva, no somos solo ganado”.
Uberto Gómez, uno de los pocos profesores y pintores que rescatan y representan  en sus obras y temática el sombrero vueltiao y los indígenas Zenú, trabaja con algunos códigos visuales de la región como el bocachico, hicotea, pájaros. Para él es claro que “la mayoría de los procesos artísticos nacen de la percepción del ambiente donde se mueve el artista, donde se crea un imaginario ideológico o un modelo de pensamiento”.
Considera que “para tener una representación visual sinuana, es necesario tener un modelo de pensamiento producto del conocimiento de qué es ser sinuano. Esto se justifica porque la cultura desde el punto de vista antropológico es el modo de vivir de un pueblo o región. Por consiguiente, si somos producto de la cultura Zenú se tiene que transmitir ese legado”.
El profesor Luis Carlos Raciny Alemán, Magister en Planeación Urbana y Regional, considera que Montería no logra tener una escultura que identifique y cohesione el sentir ciudadano porque las que existen o existieron no han sido fruto del sentir propio de la comunidad hacia un personaje o acontecimiento que dignifique  y magnifique de alguna forma la existencia de la sociedad urbana de la ciudad. “Estas obras son el resultado de decisiones caprichosas que dejan ver el poco interés de quienes han dirigido y dirigen la construcción de la ciudad, por despertar y configurar un verdadero sentido de ciudadanía, ejemplo de esto es el monumento a la ganadería, el cual no logra construir identidad”.
A su turno la cantante Aglaé Caraballo, La Reina del Porro, considera que en Montería hace falta voluntad política y sentido de pertenencia, Además, “para dar prioridad a proyectos culturales y adjudicar las obras culturales nuestros artistas deberían participar en convocatorias locales, abiertas, participativas y transparentes.”
La culpa fue de la vaca
En una escultura o monumento hay que tener en cuenta la distancia física y el entorno entre la obra y el espectador, lo que los artistas denominan emplazamiento.  Por eso Andrés Castillo, autor del monumento a la Ganadería, explica que “el sitio escogido fue una afrenta para los habitantes del asentamiento Cantaclaro quienes ven cómo los ganaderos ricos hacen gala de su poder y riqueza, frente a quienes solo comen, con suerte, carne una vez por semana”.
En cuanto a la elaboración y acabado, explicó que el diseño de los animales no satisfizo los gustos de la gente porque deseaban ver las vacas pintadas y, según, fueron hechas con ‘pura lata vieja’. “Lo que sucedes es que es una obra de corte moderno y el material para una escultura de exterior debe presentarse sin recubrimiento pictórico ya que le restaría belleza al conjunto al esconder la hermosura del tono natural.
 
 Al aludir a las críticas por la falta de identidad Andrés Castillo aclara que “la elección del tema fue tomada por unos pocos, sin tener en cuenta el querer de muchos, lo cual es un desatino en cuanto a política de amueblamiento urbano de la ciudad”.
 
Considera que son los que toman las decisiones quienes deben interpretar el deseo de quienes los eligen para guiar sus destinos y no los artistas. “Si  Montería no ha tenido un monumento acorde con su idiosincrasia ha sido por falta de políticas culturales y coherente por parte del Estado. “Los dirigentes no entienden que el arte es una necesidad y no un desperdicio”.

En cuanto al costo de la obra precisa que “el presupuesto fue de $350 millones, pero tan solo entregaron (la Alcaldía) un contrato de $ 97 millones, que se redujo con impuestos a $ 66  millones, lo que solo alcanza para una escultura”.

En medio de todas estas polémicas, lo cierto es que Montería es una ciudad que se encuentra en medio de una encrucijada cultural en la que se pretende que la ciudad glorifique más la guerra, lo incomprensible, lo obvio,  antes que la propia realidad cultura del Sinú de su pasado como forma de entender el presente y dimensionar el futuro.

Se requiere con urgencia, como me señala el investigador cultural Roger Serpa, “hacer visible lo invisible y dejar de glorificar lo que no es nuestro”. Ese sería un buen punto de partida para rencontrarnos y aspirar, al menos, a tener ‘una segunda oportunidad sobre la tierra’.
Respuestas del Alcalde Correa

¿Por qué cree usted que Montería aún no logra tener una escultura o monumento que se identifique y cohesiones con el sentir ciudadano?

Carlos Eduardo Correa: Montería en los últimos doce años ha hecho cuatro esculturas importantes, el monumento a la Tolerancia, retirado para dar paso a las obras que estamos realizando a través de Montería Amable; el monumento de la Paz;  monumento de La Ganadería y La Ventana, que es una réplica de una obra hecha por el reconocido escultor bogotano Carlos Rojas y de las cuales hay pocas en el mundo. Estas esculturas han hecho, más que lograr identificar o cohesionar el sentir ciudadano. Estamos en este momento construyendo una imagen de nuestra ciudad, alrededor de nuestra cultura, nuestra gastronomía, de nuestro arte, de la música y de aquí se empezarán a desprender nuevos monumentos, nuevas esculturas y nuevos lineamiento en materia de arte.

Esto ya se está diseñando con algunos proyectos que se están organizando, la mayoría de ellos alrededor de la Ronda del Sinú, esperamos iniciar  la ronda en la margen izquierda y en el sur. Allí vamos a tener simbolismo fuerte en materia cultural, ya estamos en un plan de apropiación de nuestra cultura para que la ciudad y sus ciudadanos se identifiquen con su propia imagen.

¿Qué concepto le merece el monumento a la ganadería?
 
Carlos Eduardo Correa: Es definitivamente un monumento que tiene una asociación con los nuestro, con la representación que tiene Montería a nivel nacional; de pronto le hace falta un complemento en el sitio donde está ubicada, pero es un monumento que verdaderamente nos identifica. De los demás monumentos que están adornando la ciudad, debemos tener un proceso de socialización mucho mayor para que la gente se sienta parte de ellos.  Ese es el proceso en el que estamos.
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(*) Periodista y magíster en educación. Docente en la Universidad del Sinú.
Este reportaje también se encuentra publicado en La revista Latitud de El Heraldo de Barranquilla: http://www.elheraldo.co/node/113248

Marcial Alegría, el último pintor primitivista Zenú

Marcial Alegría, un pintor primitivista producto de su propio
entornos natural. (Foto/ José Pautt Cueto)
Ramiro Guzmán Arteaga (*)
San Sebastián (Lorica-Córdoba)
 
Por vivir en quinto patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad
(Mario Molina Montes, 1921) 

Del pintor primitivista Marcial Alegría Garcés parece haberse dicho todo.  Que su vocación la descubrió un gringo que andaba profanando guacas indígenas en el cerro El Mohán, en el municipio de Momil, por los lados de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú. Que la película mexicana “Quinto Patio”, la que vio en el teatro Marta de Lorica siendo muy joven, en la que un niño que vive en una vecindad y logra la fama pintando murales con carbón, le marcó el camino hacia la celebridad. También se sabe que pinta con pinceles que él mismo hace con los pelos de la cola de gatos que cría en su casa después de haber probado con plumas de gallinas y pelos de perro. Que no sabe leer ni escribir y por eso sus cuadros los firma con letras de molde que sus hijos o sus nietos le escriben en un papel de cuaderno. Él mismo ha revelado que llegó al primitivismo sin saber el nombre de ese género y que antes de ser pintor fue jornalero, pescador y alfarero. Y que no pinta en bastidor sino en un rustico mesón y en las madrugadas porque el intenso calor del día le corta la inspiración.

En fin, quienes conocen a Marcial Alegría también saben que el amor, la seriedad y la paciencia con la que pinta sus cuadros es la misma con la que se toma una cerveza helada  en una cantina, en el palco de una corraleja o en un fandango, y que su sentido común es el resultado del amor que a primera vista experimentó una india Zenú por un  japonés que había desembarcado en el puerto de Coveñas a finales del siglo XIX y que dieron origen a sus padres.

Por eso, cuando se conoce a Marcial Alegría, como lo conocen y lo quieren aquí en San Sebastián de Lorica, se tiene la impresión de que a él no le ha vuelto a suceder nada distinto ni de él se ha vuelto a decir nada que rompa la dulce monotonía de su vida, ni la de  este pueblo ubicado a cinco minutos de Lorica, donde una calle empedrada se revienta en la ciénaga Grande del Bajo Sinú, que en verano deja al descubierto un inmenso playón en el que los adultos se dedican a jugar beisbol con manillas de trapo y los niños a elevar barriletes y cometas que ellos mismos fabrican con varitas de palma amarga.

El rostro de lo cotidiano
La casa donde transcurren invariablemente sus días está contigua a una bocacalle desde donde sobresale un aviso de madera rustica en el que se lee “Centro Primitivista Marcial Alegría”. Una casa de techo de eternit y paredes de bloque crudo que parecen apolillados por el tiempo.
 Lo que predomina a primera vista en Marcial Alegría son sus facciones orientales con trazos de indio Zenú, su nariz achatada y ojos vivaces, pero llenos de bondad, que a sus 77 años (nació el 20 de marzo de 1936) lo hacen ver como un entrenador de boxeo. El “viejo Marcial”, como le dicen aquí, parece vivir mejor sumergido en  la ingenuidad que le inspira su pueblo y su mundo de pintor primitivista, que en las técnicas académicas y retocadas que enseñan en las universidades y escuelas de bellas artes.  Ante la falta de educación formal vive orientado en su propio universo por el sentido común del indígena Zenú y el pragmatismo de su también descendencia oriental. “Soy de un mundo candoroso y sin complicaciones”, dice. Un mundo como el que pinta en sus cuadros, con las raíces profundas de su ingenuidad apegada a un contexto de escenas costumbristas que no necesitan interpretaciones complicadas, ni cargadas de psicoanálisis ni metafísica. Desde esta perspectiva, sus cuadros, sencillamente tienen el valor de un documento que marca una época histórica, tal vez feudal, que no conoce lo urbano y de la que no ha podido salir, pero que quedará como un testimonio histórico de los zenúes que poblaron a los departamentos de Córdoba y Sucre. De allí proviene,  precisamente, su principal virtud como artista y como ser humano.
Porque de su mundo iletrado se infiere que lo que le interesa es dejar en sus cuadros escenas de la vida cotidiana en un medio social cargados de colores primarios, como los festejos populares, las fiestas en corralejas, los matrimonios a la orilla de las ciénagas. Experiencias con la naturaleza viva que plasma en  escenas como “Pagando gustos cumplidos”, inspirado –como el recuerda- en el parto de una mujer que le tocó atender en la sombra de una bonga. O “Así éramos los Zenúes”, donde construye las aldeas que hacían los indígenas en los playones de las ciénagas, en donde  pescaban con cuzú y bahareque. O sencillamente inspirado en sus propios sueños, como “La pesadilla”, que se ha vendido en 18 países del mundo.
Cuando Marcial Alegría nos enfrenta a sus cuadros nos encontramos con obras que rompen el convencionalismo de la pintura magistral y académica, los de él son personajes anónimos para el forastero, pero que viven en sociedad y que tienen como telón de fondo el paisaje natural y veraniego propio de estos meses del año, en los que por encima de una corraleja feudal se dejan ver los robles tupidos de flores rosadas, el rojo intenso de las acacias y el amarillo del polvillo. Y mucho más allá, manadas de patos y aves silvestres – como las que ahora veo- que sobrevuelan la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, la Ciénaga de Momil, la Ciénaga de Bañó o la Ciénaga de los Negros. Paisajes encuadrados en un cielo intensamente azul y puro. Pinturas que, como el mismo Marcial dice: “han recorrido el mundo y se han ido para donde la naturaleza ya no existe”. Cuadros que adornan las casas de presidentes, de poderosos, de familias pudientes y personajes famosos, pero que también cuelgan en las paredes de barberías que semejan gabinetes dentales, de cantinas de boleros y vallenatos, y hasta de las latonerías de los primeros “buses de palito” o “Pringa cara”, que recorrieron y aún recorren el Bajo Sinú.  Pinturas que en principio recorrían los pueblos, sin ser exhibidos en galerías, de cuando pintaba y pintaba porque como él mismo recuerda “no sabía cómo se llamaba la bendita pintura que yo estaba haciendo”.
En fin, las de Marcial son escenas que se repiten en su mente, en sus lienzos,  en los marcos para los espejos que pinta por encargo, como las que ahora plasma para el profesor Luis Miguel Pico Román. Pero también en las cazuelas, chochas, moyos, tinajas y artesanías de barro que su esposa y otras mujeres heredaron de Jovita Morelo y Adriana Garcés, dos mujeres que  rescataron y enseñaron el arte de la alfarería tres siglos después que los españoles destruyeran la última tinaja que habían fabricado las indígenas.
Un comercio anónimo

Marcial tampoco parece interesarse en las truculentas negociaciones que en el exterior hacen con sus cuadros. Porque, desde ese día ya remoto en que el gringo exclamó asombrado: ¡Primitivista!, al ver sus pinturas colgadas de una pita en el alar de su casa e hizo un rollo con ellos y se los llevó tras pagarle doscientos dólares, desde entonces, perdió la cuenta de cuántos cuadros ha pintado, cuántos ha vendido.
“Aquí un cuadro puede costar entre cincuenta y quinientos mil pesos, pero no sé por cuanto lo pueden vender en el resto del mundo,  ellos, los que vienen aquí, los compran pero nunca dicen por cuánto los venden en otras partes,”.
-       ¿No lo sabe? Le pregunto.
-       sé que es un billete bueno. Me imagino que por miles. Dice.
-       ¿Cuántos miles?
-       Sé… que son dólares
-       ¡¿Dólares?!
-       Eso dicen, porque yo no me fijo en eso, los que vienen los compran y no piden ni rebaja.
Cualquiera que sea la razón por la que alguien llegue a su casa a comprar sus pinturas lo cierto es que también lo hacen atraídos por esa especie de trazos rupestres, sin maquillajes artificiosos, en la que se amalgaman la placidez de los paisajes biodiversos del Valle del Sinú con las escenas costumbristas y cotidianas de la gente que lo habita.
Marcial replica, sonríe y vuelve a retomar la historia del gringo andariego y  la de la película Quinto Patio, mientras ahora intenta dejar escuchar de su propia voz  un  trozo de la canción de la película:
Nada me importa
que critiquen la humildad de mi cariño
el dinero no es la vida
es tan sólo vanidad….
Marcial canta, ríe, como burlándose de la vida y su propio cantar. Se siente orgulloso de sus cuadros. Me los señala con el dedo colgados en la pared de la sala, como explicando magistralmente una ruta invisible. Habla del origen y el tema de cada uno de ellos, y recuerda, como el niño que recita de memoria su cuento preferido, los países para los que se los han llevado y que lo han puesto en el ápice de la cultura mundial.
-       Mire, soy el único pintor colombiano que tiene un cuadro en el Vaticano, se lo regalaron al papa Juan Pablo II cuando estuvo en Cartagena.
También recuerda que se los han obsequiado a  presidentes norteamericanos. La  lista de quienes lo visitan, desde cuando en 1971 hizo su primera exposición en los bajos de la Gobernación de Córdoba, es larga.
 “Me he entrevistado con el embajador de Bolivia, Inglaterra, Polonia, México, Argentina. El ultimo que me visitó el año pasado fue el embajador de España, por eso luego la gente dice ¡carajo! aquí no visitan al gobernador, ni al alcalde sino que se vienen a visitar a Marcial Alegría. Y la gente dice que soy un personaje grande que tiene Córdoba pero de eso no se da cuenta el Gobierno.”
Su clientela es variada, dispersa, se diría que hasta anónima. “El último cuadro se lo vendí ayer a una cachaca bogotana que había oído hablar de mí y que llegó a este pueblo  preguntando por aquí y por allá dónde vivía yo”.
Al fin y al cabo, como el mismo dice: “yo no sé qué puede pasar mañana o pasado con mis cuadros cuando salen de aquí y se van dispersos por el mundo”.
La Casa en el aire
Y aunque la vida y el discurso de Marcial parecen repetitivos para muchos, no lo es para él que durante toda la vida ha estado pensando que tal vez le fuera mejor si alguien le hubiera enseñado a leer y a escribir, si alguien se hubiera interesado en enviarlo a  la escuela, al colegio  y a una Escuela de Bellas Artes. Pero no ha sido así. “La gente me dice: ‘Marcial que tal si tu hubieras estudiado’, pero por fortuna todo lo que necesito para pintar lo tengo aquí, la naturaleza y este pueblo me dan todo, ellos son mi inspiración”, dice al tiempo que mira hacía donde Rita Berta Calle, su mujer, con quien ha compartido 46 años de vida, trata de darle forma a una vasija de barro.
-       Mire, todos los políticos siempre me prometieron y me siguen prometiendo cosas que ninguno de ellos se toma en serio.
-       ¿Cómo qué?
-       Nadie se tomó eso de enseñarme a leer y a escribir en serio.
Marcial habla sin resentimientos, sin odios ni amargura, además porque comprende que es uno de los muchos que en San Sebastián no saben leer ni escribir.
-       Amigo… este pueblo se va a quedar en el olvido- dice, evocando una frase que se repite en todos los pueblos de la ciénaga y del Valle del Sinú.
-       Es como si San Sebastián no existiera, han prometido hacer la casa artesanal con una galería pero todo se queda como la casa en el aire.
Ríe.
-       ¿Pero usted qué les ha pedido?
-       Yo le he pedido al gobierno que haga una casa artesanal con una galería aquí en San Sebastián pero no quieren, ahora están haciendo una plazoleta en Lorica con mi nombre pero les he dicho que la prefiero aquí que es donde  tengo mi taller hasta donde llegan los turistas atraídos por mis cuadros que es por lo que se conoce a este pueblo.
Marcial mira hacia una bocacalle. Mira mi libreta de apuntes. Me mira. Habla.
-       Aquí vienen los periodistas a entrevistarme cada vez que quieren, vino Germán Santamaría, como  ha venido usted hoy, y vengan cada vez que quieran a mi posada, pero yo no busco a nadie porque a mí eso no me gusta.
Habla como queriendo revelar un secreto.
-       La televisión llega a Lorica y entonces me vengo para acá y al rato suena el teléfono. Entonces dicen que es para una entrevista, y vienen a entrevistarme. Yo salgo a ponerme la camisa y me dicen ‘no señor lo queremos así porque está trabajando’.
-       Lo entrevistan de todas partes y de distintos medios…
-       Vienen de otros países, me traen Wiski. Pero nunca salgo a decir ¡mire yo soy esto!… ¡o esto otro!  para que me entrevisten…
-       En verdad usted y San Sebastián se lo merecen.

-       Le digo algo, es cierto que este es un arrabal perdido en la Ciénaga pero el turista, los periodistas y la gente vienen porque quieren conocer al pueblo y comparar mis cuadros. Además, le confieso un secreto, yo no podría pintar si me sacan de aquí, por eso de aquí no me voy a mover”.
 Marcial vuelve a reír, como si reír también fuera una forma de protestar ante la indiferencia oficial. Y vuelve a intentar una nueva estrofa de Quinto Patio, esta vez con un tono ligeramente arcaico pero encantador:
Por vivir en quinto patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad…
Marcial canta con alegría y humildad,  repite su canción preferida, como repite siempre su historia, como si la vida para él y su pueblo fuera un siempre siempre.
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 (*) Periodista y magister en educación. Docente en la Universidad del Sinú.
Esta crónica también fue publicada en El heraldo de Barranquilla, puede consultarla en:

 

 

Tras la huella histórica de Montería (*)

Las casas de palma, de zinc y en mampostería, representaciones patrimoniales de cada época, están sucumbiendo ante una civilización que para algunos hace parte del desarrollo arquitectónico normal de toda ciudad, en tanto que para otros tiene ‘sangre de verdugo’.

En Montería la nueva arquitectura amenaza con borrar toda
huella del pasado (Foto/ José Pautt Cueto)

 Ramiro Guzmán Arteaga (*)

Pocos parecen acordarse de las viejas casas frescas ubicadas sobre la Avenida Primera de Montería. De las puertas cerradas y abiertas a partir de las cinco de la tarde. De haber visto las mecedoras de mimbre en las terrazas de cemento fresco. O de las ventanas en las que la gente se asomaba de cuerpo entero para mirar la puesta del sol detrás del puente metálico sobre el río Sinú. Y ya nada queda de las casas en mampostería encaladas en los bosques de naranjos, de mediados del siglo XIX, ni de los callejones tapizados de arena de mediados del siglo XX.
La anterior reflexión no es un lamento con tono de frivolidad que niegue la normal y casi natural dinámica urbana de la ciudad, ni el reflejo del deseo de querer vivir estancado en el romanticismo de lo viejo, como algunos aseguran, pero sí es el sentir de personas que, como don Francisco “Pacho” Bula Coneo, herrero de oficio y buen madrugador, luchan por sobrevivir en pleno centro comercial de Montería, en un inmenso  patio sombreado por palos de níspero de más de medio siglo, y de un jardín de rosas y margaritas, sembrado en medio de una civilización que –con él mismo dice- “nos llegó de golpe y amenaza con pulverizar sin miramientos todo vestigio del patrimonio histórico de la ciudad”.
 Don “Pacho”, como cariñosamente le dicen sus amigo y vecinos de la calle 34 y 35 con carrera cuarta, es de los pocos habitantes que siguen viviendo a pocas cuadras de la ya olvidada y legendaria plaza Montería Moderna, hoy convertida en el Parque de los Libreros, testigo de fiestas en corralejas, en cuyos alrededores se levantó toda una generación de monterianos entre los que se cuentan intelectuales y beisbolistas, pero también de profesionales, intelectuales, artistas y autodidactas, quienes vivieron en las últimas casas de techo de palma y paredes de bahareque y boñiga de vaca .
Pero un poco más arriba de la vieja casa de don ‘Pacho’ está el conjunto patrimonial e histórico que se extiende desde la calle 23 hasta la 27 con segunda. Son las casas y edificaciones que sobreviven amalgamadas en la arquitectura de finales del siglo XVIII, la neoclásica de inicios del siglo XX y las que representan la llegada del modernismo a finales de los años 60, sitio en donde se concentró una afluencia cada vez mayor de emigrantes que procedían de Europa.
Hoy desde este sector algunos han ido para el norte porque los impuestos son tan elevados como los pagan aquí en el centro, otros lo hacen porque son bienes herenciales para familias ya muy extensas y prefieren venderlas a particulares para facilitar la división; pero hay quienes siguen luchando por mantener al menos su oficinas en lo que en un tiempo fueron sus casas de residencias.
Un tigre con historia propia
Precisamente allí, en la esquina de la calle 25 con carrera segunda, tendido en una hamaca sanjacintera que cuelga de un rincón a otro de su oficina está José Rodolfo Corena Buelvas. Lo único que pende de una de las cuatro paredes amarrilla de esta oficina que a la vez hace de cuarto para la siesta del mediodía es su diploma de Abogado y Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Cartagena.
 El doctor José Corena es uno de esos hombres que no parecen enfadarse con nada y que tienen la virtud de caerle bien a la gente desde el primer momento, de aspecto bonachón, amable, reposado y tranquilo; en Montería y los estrados judiciales es conocido popularmente como ‘El Tigre Corena’, apodo que imprimió, incluso, en su tarjeta de presentación. Cuando se presenta aclara que es descendiente del Melchor Corena, “el primer General que tuvo la República incluso antes que el mismo Simón Bolívar”, dice con orgullo.
La oficina y casa de ‘El Tigre ‘Corena’ –como ahora le digo- conserva su estructura levantada sobre ocho horcones de Santacruz, un árbol legendario extinguido en las selvas del Nudo de Paramillo; es de techo de zinc, paredes de tabla reforzadas con adobe y cielo raso de lata de corozo. ‘El Tigre Corena’ cuenta que fue construida por el párroco de la época para instalar a una misión de religiosas pertenecientes a la comunidad de la Madre Laura de Jesús Montoya Upegui, ‘La Madre Laura’,  hoy en proceso de canonización en el Vaticano. Desde allí las monjas se dedicaban a la catequización de los niños pobres, asistencia de los enfermos y obras de misericordia.
 En la sala se divisan los arcos que anteceden a lo que fue el altar para oficiar la misa; además,  los tres dormitorios contiguos a la cocina y, al fondo, el patio donde estuvo un rancho con techo de palma, donde las religiosas se sentaban en las tarde a tejer en bastidor. Luego, en 1930, tras un litigio, la casa pasó a la familia Gómez.
 “El Tigre” Corena explica que  las casas vecinas han sido abandonadas o están a la venta porque los herederos hoy son profesionales y buscan vivir en El Recreo. La Castellana, o en otros barrios no tan exclusivos como Costa de Oro y  Pasatiempo.
Recuerda que hacia 1960 el concejo de Montería prohibió la construcción de casas de techo de palma en el centro de la ciudad. Posteriormente él le propuso al gobierno municipal arrendarles la casa para que fuera utilizada como museo de arte sinuano precolombino. La iniciativa nunca prosperó. En otra ocasión, debido a los altos impuestos,  logró evitar que se la rematara el banco. ‘El Tigre Corena’ dice que hoy esa propiedad no se vende ni permuta porque la intensión de su hijo que estudia en Japón es conservarla como patrimonio histórico de Montería.
En tanto en las afueras de las casas y edificaciones del centro de la ciudad el comentario callejero, estimulado por los últimos gobiernos, es que Montería dejó de ser una provincia y ahora es una ciudad que está en proceso de transformación, de desarrollo y progreso. Pero existen otras voces que cuestionan el desarrollo sin sentido ni planificación, sin consulta social ni sentido humano.
Una mirada crítica y reflexiva
Para quienes hacen una lectura crítica del desarrollo y la planeación urbanística de la ciudad, la de hoy, es una arquitectura mal entendida, disfrazada, que individualiza al ser humano y que no está acorde con el entorno ambiental ni cultural del Sinú.
El profesor de la Universidad del Sinú, magister en planeación urbana, Luis Carlos Racini Alemán explica  que  “si bien no nos podemos quedar añorando el pasado, porque las ciudades no se pueden estancar y deben adaptarse a las nuevas necesidades y exigencias del mercado, se debe hacer una planeación que valore el testimonio histórico, pero en Montería  el mercado inmobiliario es el que está imponiendo el desarrollo arquitectónico, carente de planeación e incluso en ocasiones por encima de las disposiciones legales”.
A su turno el presidente de la Sociedad de Arquitectos de Córdoba, SAC, Ricardo Cabarcas advierte también que “en Montería el desarrollo se planifica sobre la marcha, se está destruyendo el pasado arquitectónico para imponer modelos extranjeros mal implantados, y al mismo tiempo la ciudad está colapsando por dificultades en la movilidad y conexión entre los distintos sectores.”
Voces extramuros
Muchos coinciden en que los altos impuestos de valorización y catastro son impagables y actúan como tenazas que presionan a los habitantes de las antiguas casa, especialmente las que están en inmediaciones de la Plaza Montería Moderna y en zona de influencia del centro, a mal venderlas  a ‘corredores’ que luego se las pasan a “gente que viene de afuera –en su mayoría paisas-  y en un santiamén construyen edificios sin ninguna planeación”.
En medio de todo tipo de comentarios es evidente que hoy Montería es una ciudad de contrastes, en la que se amalgaman la pobreza extrema y la miseria, con la riqueza y el poder, en medio de la cual emerge una arquitectura moderna que está pulverizando toda huella del pasado.
La arquitectura “minimalista”, cuya tendencia es reducir el espacio a lo mínimo y esencial, se está expandiendo con rapidez en los estratos medio, donde además se impone, en las nuevas construcciones, los colores el blanco y negro, acompañado de la “cultura del aire acondicionado” que desplazó aceleradamente a la arquitectura tradicional del Sinú, adaptada al medio ambiente, de casas térmicas, rodeada de grandes calaos o ventanas, construidas con materiales de la zona, como la palma y la madera traída del Nudo de Paramillo, en el Alto Sinú.
Borrando la educación
La educación también se está quedando sin pasado testimonial. Apenas en estas dos últimas semanas se destruyeron en la 29 con carreras 5 y 6 la antigua casa de don Rodrigo García Caicedo, donde su yerno don Jaime Exbrayat Boncompain había trasladado el Instituto del Sinú, símbolo de la educación en Montería. Y en esa misma dirección, vecino al Departamento de Policía Córdoba, también fue intervenida, hace quince días, una casa antigua en donde funcionó el colegio de doña “Julia Pastrana”.
 El periodista y escritor Jorge Valencia Molina recuerda que mucho antes habían sucumbido el Colegio Público de Varones, donde opera hoy el Departamento de Policía, y el Colegio Público de Mujeres, en la 29 con 4, en el edificio de la antigua Lotería de Córdoba.
Para el arquitecto y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Juan Pablo Olmos Lorduy: “la arquitectura en Montería parece haber perdido el rumbo frente a una modernidad mal  entendida, en la que predomina el interés privado sobre el cultural y colectivo; la huella histórica de la ciudad está desapareciendo y la intervención de los últimos gobiernos para evitarlo ha sido desafortunada, pues parece no importarles si se destruye nuestro pasado, ni la sabiduría de quienes nos precedieron”.
 “El gobierno se siente impotente y no ha habido quien gestione ante el Ministerio de Cultura la declaratoria de ‘Bien de Interés Cultural’ de al menos algunas de esas edificaciones”, explica el arquitecto Juan Pablo Olmos mientras hace un recorrido con un grupo de estudiantes de arquitectura y comunicación social por el centro histórico de Montería.
Lo dice porque la ciudad parece contagiarse por la indiferencia y el olvido, pues a nadie parece importarle si en el centro se vende, compra o destruyen las antiguas casas patrimoniales de los Lacharme (Cl 27 Cra 1°) o la de los Kerguelen (Cl 27 Cra 2), la de los Caicedo (Cl 26 Cra 1), la de los Pineda, o la de los Berrocal, auténticas obras de arte en madera del inicios del siglo pasado.
Lo grave en medio de este “desarrollo sin sentido” o “sociedad del espectáculo”, como le llamaría el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, es que también se está acabando con los antiguos sitios que generaban encuentro y diálogo ciudadano sin miramientos de clase social.
El emblemático “Salón Tropicana”, de los hermanos Antonio y Orlando Escobar, en donde –según recuerdan hoy sus antiguos propietarios- “las diferencias sociales quedaban en la puerta de entrada, y en donde jamás hubo una muerte violenta” fue adquirido por particulares que lo tumbaron para construir un parqueadero.  Asimismo en la calle 36 con carrera segunda a finales del año pasado sucumbió ‘Cerveza Pará’, popular sitio de encuentro de albañiles, plomeros, electricistas y comerciantes informales.
La voz del gobierno
En medio de todo el interés del gobierno municipal es casi que simbólico. Para el Secretario de Planeación Municipal Carlos Montoya Baquero actualmente es claro que al tema de conservación del patrimonio histórico y urbanístico no se le ha dado la importancia que se merece.
 Montoya reconoce que “Montería tiene una cantidad de construcciones que deberían ser patrimonio histórico y urbanístico de la ciudad, pero lastimosamente hoy no existe la declaratoria de bienes de interés cultural que otorga el ministerio de Cultura. Es un proceso y un tema que está estancado y que hay que reactivar”.
En un encuentro con estudiantes de Comunicación Social de la Unisinú explicó que “el Plan Maestro de Patrimonio para Montería debe hacerse conjuntamente con la academia, las universidades, y el gremio de arquitectos”.
La paradoja consiste en que actualmente el gobierno municipal le apuesta a una ‘ciudad turística’ y a una ‘ciudad amable’ y uno de los focos atractivos para el turismo peatonal lo constituye el patrimonio, y la amabilidad se logra construyendo y conservando espacios para el diálogo entre los ciudadanos.
Carlos Montoya reconoce que muchos constructores no pedían conceptos a planeación. “Aquí los constructores venían haciendo lo que les daba la gana, se consideraban los amos y reyes de la normativa urbana y por eso empezamos a hacer una labor severa de control urbano”.
 Sin embargo ese control sobre la propiedad privada se escapa de las manos porque las construcciones que representan bienes culturales y patrimonio histórico solo están en ‘lista indicativa’ del ministerio de Cultura, lo cual limita su intervención y por tanto sus propietarios están en libertad de disponer de ellos como bien les plazca.
Lo cierto es que más allá de cualquier promesa de control los distintos sectores de Montería consideran urgente que alguien haga algo por conservar lo poco que queda de ese vestigio del pasado cultural y arquitectónico representados en casas como las de don Francisco “Pacho Bula” o la de José “El Tigre Corena”.
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(*) Periodista y magister en educación. Docente de la Universidad del Sinú.
(**) Crónica publicada en la Revista Latitud de El Heraldo de Barranquilla