Ramiro Guzmán Arteaga
EL
premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa en su ensayo "La
Civilización del espectáculo" (Alfaguara, 2012) nos entrega una magistral
radiografía sobre las frivolidades en las que ha caído el capitalismo salvaje y
que bien tiene aplicación en cualquier contexto social, incluido Montería y Córdoba.
El
escritor se refiere a la desaparición de la política y al ejercicio de la
administración pública como quehaceres intelectuales y sociales, porque son actividades
que hoy se encuentran reducidas a algo
insustancial, en donde todo es apariencia, llegando al extremo de confundirse
con el juego y la ramplonería.
Desde
esta perspectiva, podríamos citar, por ejemplo, todas las
"etiquetas", “slogan” o "lemas publicitarios" de los
políticos y administradores públicos locales, algunas ridículas, como "La
Ñoñomanía", y otras no menos ridículas, pero igualmente insustanciales y
demagógicas, como la que identifica a los objetivos de la alcaldía: "Montería
progreso para todos" o a la gobernación: “Guerra frontal a la pobreza”.
Desde
la mirada de Vargas Llosa con estas consignas los políticos, alcaldes y
gobernantes creen acercarse al pueblo, cuando la verdad es que nada de eso
tiene repercusiones serias en la marcha de la sociedad. Y eso son nuestros
alcaldes y gobernantes, personajes inmersos en un mundo de cosas light, superfluas,
en la que prima la apariencia, la frivolidad, la forma más que el contenido, en
donde lo popular ha sido sustituido por lo populachero. Y lo grave es que el
pueblo les cree.
De
modo que leyendo a Vargas Llosa he entendido por qué el alcalde de Montería y
el Gobernador de Córdoba ocuparon en el 2012 los primeros puestos con imagen positiva.
Porque han logrado castrar al pueblo de su alma y de su poderío ofreciéndoles
un mundo de cosas veleidosas e insustanciales.
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