martes, 18 de junio de 2013

La peregrinación de las esculturas de Montería


Foto José Cautt Cueto
El monumento a la paz del escultor Alfredo Torres es uno de
los más polémicos de Montería, algunos consideran que fue
autorizado por las autodefensas como homenaje al
paramilitarismo, el artista lo niega categóricamente.
(Foto: José Pautt Cueto)

Ramiro Guzmán Arteaga (*)
Montería-Córdoba (Colombia)

Las esculturas y los monumentos que se levantan en Montería semejan espectáculos muertos, vacíos y espectrales. A pesar de todas las explicaciones posibles del gobierno y del poder imaginativo de los artistas plásticos, para hacerlas ver como un producto del poder de la imaginación, lo cierto es que la ciudad parece criticarlas y en otros casos ignorarlas desde la contrabarrera de ambos.
Un ejemplo. En medio de la glorieta que conduce a la salida hacia Medellín se levanta el Monumento a la Ganadería, un encierro de vacas y toros que semejan sombras inmóviles, pétreas, que aún no han logrado calar en el sentimiento popular. Para el gobierno municipal el monumento representa la riqueza ganadera de Montería, que tiene connotación nacional e internacional, mientras que para la crítica solo son ‘latas con figuras de ganado’, en las que ni siquiera muchos ganaderos se ven representados. Además, constituye una afrenta y una paradoja el que ocupe un sitio aledaño al asentamiento humano Cantaclaro, en donde viven familias en estado de extrema pobreza y miseria.
Pero en Montería también hay monumentos y esculturas a las que por diversas razones aún no se les encuentra un sitio desde el cual se puedan apreciar y valorar desde lo público, pues algunas son reubicadas por la misma dinámica urbanística de la ciudad, en tanto que otras por la polémica derivada de su interpretación. Así ocurre con el Monumento a la Paz, que debió ser trasladado desde la entrada a  la ciudad, por el lado norte, hasta el barrio La Granja, al sur, en medio de versiones contrapuestas entre quienes consideran o no que la obra es un homenaje al paramilitarismo. El monumento ha ocasionado un impacto emocional no solo en la ciudad, que reclama claridad, sino también en su autor, el reconocido escultor Alfredo Torres, quien en reiteradas ocasiones ha desmentido categóricamente esa interpretación.
Pero no termina allí las críticas que han recaído sobre estas obras de arte en Montería pues en la Circunvalar, a la altura de la calle 27, una escultura con estructura de hierro y figuras asimétricas identificada como La Tolerancia, que pocos han logrado interpretar, debió ser retirada para dar paso a un proyecto del gobierno que, paradójicamente, se conoce como Ciudad Amable. El gobierno confirma que será reubicada al final de la calle principal del barrio La Granja.
Polémicas de vieja data
Mucho antes de que la ciudad iniciara un desarrollo arquitectónico natural, pero caótico, desigual y excluyente como el actual, ya otras esculturas públicas habían generado conflictos. En 1935 fue inaugurado el Monumento a la Bandera, donado por el general Jorge Ramírez Arjona y demolido en 1954 por autoridades empeñadas en borrar las obras filantrópicas del Oficial.
En abril de 1963 Guillermo Valencia Salgado, “El Compae Goyo”, esculpió El Boga, la escultura más representativa de que se tenga conocimiento del hombre sinuano. La obra, hecha con molde de barro, cemento crudo y hormigón, fue destruida a martillazos  por un fanático religioso estimulado por un cura que la descalificó por considerarla inmoral y obscena, pues representaba a un hombre desnudo en una canoa que hacía sonrojar a las damas de la ‘alta sociedad’. En retaliación seguidores del  “Compae Goyo” destruyeron parte de una estatua del Papa Pio XII que había sido instalada frente a la Catedral San Jerónimo de Montería.
 En épocas mucho más reciente el monumento a la hidroeléctrica de Urra, a las que muchos consideraron una obra inmerecida y de mal gusto, además, por el impacto ambiental de la hidroeléctrica sobre el valle del Sinú, fue demolida casi que en silencio.
Esta es apenas una muestra de la falta de identidad y sentido de pertenencia de la ciudad con sus monumentos y esculturas, por lo que las obras, lejos de ‘comunicarse’ con la ciudad, evidencian un distanciamiento emocional y, si se quiere, espiritual. 
Una consulta entre investigadores, intelectuales, escritores, cantantes y artistas visuales contemporáneos permite ubicar el problema en diversas causas. Lo primero que queda evidenciado es que, a pesar que el arte tiene una interpretación ilimitada, la ciudad no logra tener una obra que identifique y cohesione el sentir ciudadano dentro de la sociedad que la habita.
Las obras son ajenas a la gente que las aprecia, no han sido fruto del sentir propio de la comunidad porque, además, las propuestas no han sido consultadas con los habitantes y por tanto no han estimulado la participación ciudadana. Por el contrario, las obras han sido el resultado de decisiones caprichosas que dejan ver claramente el poco interés por configurar y construir un verdadero sentido de ciudadanía.
En este contexto los monumentos y esculturas que más están en la mira de la crítica son: Monumento a La Paz, El Campesino, La Tolerancia, La Ganadería, los cuales aún no logran construir identidad. Obras que generan un gran valor estético para quienes las propusieron, pero que aún no logran generar  un diálogo con la ciudad ni con el entorno en el que fueron ubicadas.
Falta identidad y educación
El antropólogo y poeta Alexis Zapata Meza resume así la lectura que hace de las obras pasadas y presentes: cuando existió El Boga, dejamos que lo derrumbaran; el monumento a El Campesino, ubicado en el triángulo del mercado, nadie lo voltea a ver; el de La Tolerancia, al igual que el de la Ganadería, es una chabacanería pues de eso nada tienen; el de La Paz, no logra transmitir paz colóquenlo donde lo coloquen. En definitiva,  nuestra identidad está diluida, difícil de captar; nada nos expresa. No reconocemos nuestras raíces, no las queremos ver. Difícil cuando no nos queremos definir. No miramos hacia atrás. Aspiramos a ser dinámicos, llegar al futuro sin tener pasado. No tenemos centro.
Para el escritor y director del grupo literario El Túnel, José Luís Garcés Gonzáles,  el problema es de educación. “Pero no de cualquier educación: una educación en historia, ética y culturología. Montería no tiene perfil definido, aún no conoce su historia, tiene infinitamente más habitantes que ciudadanos, la mayoría de su población posee intereses bastardos, es un pueblo-ciudad de contrastes y desórdenes, su nivel cultural es bajo”.
Según el escritor es todo este acumulado y más el que no le permite a Montería tener íconos o imaginarios o simbolismos que identifiquen a la mayoría de sus habitantes. Considera que superar todo esto es difícil. “El asunto es dispendioso y el proceso es largo. Esa solución se asomará en el siglo XXII, si acaso. Estas, como se dice en el urbanismo contemporáneo, son ciudades fallidas”.
                                                Se requieren estudios
El investigador social y profesor Víctor Negrete Barrera considera que las  esculturas y monumentos no representan la esencia ni la idiosincrasia del monteriano. “El monumento a la ganadería es solo una representación de la figura del ganado pero no refleja el sentir de la gente ni mucho menos del hombre sinuano.”
Argumenta que no se han hecho estudios del imaginario colectivo de Montería que represente todo ese sentir en una obra artística.  “A esto se le suman otros factores como  la pobreza y la violencia que han hecho que los valores, las costumbres positiva y las creencias se hayan venido abajo. No tenemos una visión del monteriano actual”.
Además, “Montería no es solo ganadería hay muchas otras cosas, la nueva y la vieja arquitectura, que la estamos borrando, estamos quedando sin huella histórica. Mucho más allá, está la biodiversidad y el río Sinú que lo estamos acabando sin tenerlo en cuenta. En definitiva, no somos solo ganado”.
Uberto Gómez, uno de los pocos profesores y pintores que rescatan y representan  en sus obras y temática el sombrero vueltiao y los indígenas Zenú, trabaja con algunos códigos visuales de la región como el bocachico, hicotea, pájaros. Para él es claro que “la mayoría de los procesos artísticos nacen de la percepción del ambiente donde se mueve el artista, donde se crea un imaginario ideológico o un modelo de pensamiento”.
Considera que “para tener una representación visual sinuana, es necesario tener un modelo de pensamiento producto del conocimiento de qué es ser sinuano. Esto se justifica porque la cultura desde el punto de vista antropológico es el modo de vivir de un pueblo o región. Por consiguiente, si somos producto de la cultura Zenú se tiene que transmitir ese legado”.
El profesor Luis Carlos Raciny Alemán, Magister en Planeación Urbana y Regional, considera que Montería no logra tener una escultura que identifique y cohesione el sentir ciudadano porque las que existen o existieron no han sido fruto del sentir propio de la comunidad hacia un personaje o acontecimiento que dignifique  y magnifique de alguna forma la existencia de la sociedad urbana de la ciudad. “Estas obras son el resultado de decisiones caprichosas que dejan ver el poco interés de quienes han dirigido y dirigen la construcción de la ciudad, por despertar y configurar un verdadero sentido de ciudadanía, ejemplo de esto es el monumento a la ganadería, el cual no logra construir identidad”.
A su turno la cantante Aglaé Caraballo, La Reina del Porro, considera que en Montería hace falta voluntad política y sentido de pertenencia, Además, “para dar prioridad a proyectos culturales y adjudicar las obras culturales nuestros artistas deberían participar en convocatorias locales, abiertas, participativas y transparentes.”
La culpa fue de la vaca
En una escultura o monumento hay que tener en cuenta la distancia física y el entorno entre la obra y el espectador, lo que los artistas denominan emplazamiento.  Por eso Andrés Castillo, autor del monumento a la Ganadería, explica que “el sitio escogido fue una afrenta para los habitantes del asentamiento Cantaclaro quienes ven cómo los ganaderos ricos hacen gala de su poder y riqueza, frente a quienes solo comen, con suerte, carne una vez por semana”.
En cuanto a la elaboración y acabado, explicó que el diseño de los animales no satisfizo los gustos de la gente porque deseaban ver las vacas pintadas y, según, fueron hechas con ‘pura lata vieja’. “Lo que sucedes es que es una obra de corte moderno y el material para una escultura de exterior debe presentarse sin recubrimiento pictórico ya que le restaría belleza al conjunto al esconder la hermosura del tono natural.
 
 Al aludir a las críticas por la falta de identidad Andrés Castillo aclara que “la elección del tema fue tomada por unos pocos, sin tener en cuenta el querer de muchos, lo cual es un desatino en cuanto a política de amueblamiento urbano de la ciudad”.
 
Considera que son los que toman las decisiones quienes deben interpretar el deseo de quienes los eligen para guiar sus destinos y no los artistas. “Si  Montería no ha tenido un monumento acorde con su idiosincrasia ha sido por falta de políticas culturales y coherente por parte del Estado. “Los dirigentes no entienden que el arte es una necesidad y no un desperdicio”.

En cuanto al costo de la obra precisa que “el presupuesto fue de $350 millones, pero tan solo entregaron (la Alcaldía) un contrato de $ 97 millones, que se redujo con impuestos a $ 66  millones, lo que solo alcanza para una escultura”.

En medio de todas estas polémicas, lo cierto es que Montería es una ciudad que se encuentra en medio de una encrucijada cultural en la que se pretende que la ciudad glorifique más la guerra, lo incomprensible, lo obvio,  antes que la propia realidad cultura del Sinú de su pasado como forma de entender el presente y dimensionar el futuro.

Se requiere con urgencia, como me señala el investigador cultural Roger Serpa, “hacer visible lo invisible y dejar de glorificar lo que no es nuestro”. Ese sería un buen punto de partida para rencontrarnos y aspirar, al menos, a tener ‘una segunda oportunidad sobre la tierra’.
Respuestas del Alcalde Correa

¿Por qué cree usted que Montería aún no logra tener una escultura o monumento que se identifique y cohesiones con el sentir ciudadano?

Carlos Eduardo Correa: Montería en los últimos doce años ha hecho cuatro esculturas importantes, el monumento a la Tolerancia, retirado para dar paso a las obras que estamos realizando a través de Montería Amable; el monumento de la Paz;  monumento de La Ganadería y La Ventana, que es una réplica de una obra hecha por el reconocido escultor bogotano Carlos Rojas y de las cuales hay pocas en el mundo. Estas esculturas han hecho, más que lograr identificar o cohesionar el sentir ciudadano. Estamos en este momento construyendo una imagen de nuestra ciudad, alrededor de nuestra cultura, nuestra gastronomía, de nuestro arte, de la música y de aquí se empezarán a desprender nuevos monumentos, nuevas esculturas y nuevos lineamiento en materia de arte.

Esto ya se está diseñando con algunos proyectos que se están organizando, la mayoría de ellos alrededor de la Ronda del Sinú, esperamos iniciar  la ronda en la margen izquierda y en el sur. Allí vamos a tener simbolismo fuerte en materia cultural, ya estamos en un plan de apropiación de nuestra cultura para que la ciudad y sus ciudadanos se identifiquen con su propia imagen.

¿Qué concepto le merece el monumento a la ganadería?
 
Carlos Eduardo Correa: Es definitivamente un monumento que tiene una asociación con los nuestro, con la representación que tiene Montería a nivel nacional; de pronto le hace falta un complemento en el sitio donde está ubicada, pero es un monumento que verdaderamente nos identifica. De los demás monumentos que están adornando la ciudad, debemos tener un proceso de socialización mucho mayor para que la gente se sienta parte de ellos.  Ese es el proceso en el que estamos.
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(*) Periodista y magíster en educación. Docente en la Universidad del Sinú.
Este reportaje también se encuentra publicado en La revista Latitud de El Heraldo de Barranquilla: http://www.elheraldo.co/node/113248

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