Ramiro Guzmán Arteaga
Cedo
hoy mi columna a la escritora Ana Luz Navarro Gardeazábal quien vivió la penosa
experiencia de asistir a la elección de junta directiva de la Sociedad
Colombiana de Arquitectos – Córdoba (SCA). Ella nos cuenta que:
“Resultó
siendo todo un cónclave en su más pura versión criolla la elección de la nueva
junta directiva de la Sociedad de Arquitectos Córdoba, porque como en cualquier
sufragio a corporaciones públicas colombianas fue evidente el proselitismo, es
decir, el celo por ganar partidarios (industria normal en cualquier doctrina)
aunque estos no estuvieran de cuerpo presente. Esta situación generó curiosas
prácticas: se dio un quórum casi mitad presencial mitad virtual; los aspirantes
a los cargos además de ejercer su derecho al voto lo pudieron hacer por cuantos
les dieron poder, y sus adeptos hicieron lo propio. Todo amparado en los
estatutos.
Debo confesar mi ignorancia
en temas gremiales y que mi presencia en el referido cónclave fue coyuntural, pero
asumí que así como estos colectivos tienen injerencia en la sociedad, los
ciudadanos también podíamos opinar en sus espacios… ¡error! La intervención
ciudadana está vedada, y la prensa es evitada. Enterarme de eso fue duro, ya
que al manifestar a título personal mi tristeza ante esas destrezas que envidiaría
cualquier politiquero criollo, algunos de los presentes sólo les faltó emular a
la Reina de Corazones diciendo: ¡córtenle la cabeza! Yo, atónita, alegué mi
derecho a opinar y fui tildada de atrevida, adjetivo que me enorgulleció en un escenario
donde al parecer son desconocidos los impedimentos éticos y la opinión no es derecho
sino osadía”.
Y hubo humo blanco pero, sin
demeritar a los escogidos, salí sintiendo que todos habíamos perdido,
especialmente la SCA Córdoba cuyo bien trabajado prestigio quedó salpicado de
hollín.
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