Las casas de palma, de zinc y en mampostería, representaciones patrimoniales de cada época, están sucumbiendo ante una civilización que para algunos hace parte del desarrollo arquitectónico normal de toda ciudad, en tanto que para otros tiene ‘sangre de verdugo’.
En Montería la nueva arquitectura amenaza con borrar toda huella del pasado (Foto/ José Pautt Cueto) |
Ramiro Guzmán Arteaga (*)
Pocos
parecen acordarse de las viejas casas frescas ubicadas sobre la Avenida Primera
de Montería. De las puertas cerradas y abiertas a partir de las cinco de la tarde.
De haber visto las mecedoras de mimbre en las terrazas de cemento fresco. O de
las ventanas en las que la gente se asomaba de cuerpo entero para mirar la
puesta del sol detrás del puente metálico sobre el río Sinú. Y ya nada queda de
las casas en mampostería encaladas en los bosques de naranjos, de mediados del
siglo XIX, ni de los callejones tapizados de arena de mediados del siglo XX.
La
anterior reflexión no es un lamento con tono de frivolidad que niegue la normal
y casi natural dinámica urbana de la ciudad, ni el reflejo del deseo de querer vivir
estancado en el romanticismo de lo viejo, como algunos aseguran, pero sí es el
sentir de personas que, como don Francisco “Pacho” Bula Coneo, herrero de
oficio y buen madrugador, luchan por sobrevivir en pleno centro comercial de
Montería, en un inmenso patio sombreado
por palos de níspero de más de medio siglo, y de un jardín de rosas y
margaritas, sembrado en medio de una civilización que –con él mismo dice- “nos llegó
de golpe y amenaza con pulverizar sin miramientos todo vestigio del patrimonio histórico
de la ciudad”.
Don “Pacho”, como cariñosamente le dicen sus
amigo y vecinos de la calle 34 y 35 con carrera cuarta, es de los pocos
habitantes que siguen viviendo a pocas cuadras de la ya olvidada y legendaria
plaza Montería Moderna, hoy convertida en el Parque de los Libreros, testigo de
fiestas en corralejas, en cuyos alrededores se levantó toda una generación de
monterianos entre los que se cuentan intelectuales y beisbolistas, pero también
de profesionales, intelectuales, artistas y autodidactas, quienes vivieron en
las últimas casas de techo de palma y paredes de bahareque y boñiga de vaca .
Pero
un poco más arriba de la vieja casa de don ‘Pacho’ está el conjunto patrimonial
e histórico que se extiende desde la calle 23 hasta la 27 con segunda. Son las casas
y edificaciones que sobreviven amalgamadas en la arquitectura de finales del
siglo XVIII, la neoclásica de inicios del siglo XX y las que representan la
llegada del modernismo a finales de los años 60, sitio en donde se concentró
una afluencia cada vez mayor de emigrantes que procedían de Europa.
Hoy
desde este sector algunos han ido para el norte porque los impuestos son tan
elevados como los pagan aquí en el centro, otros lo hacen porque son bienes
herenciales para familias ya muy extensas y prefieren venderlas a particulares
para facilitar la división; pero hay quienes siguen luchando por mantener al
menos su oficinas en lo que en un tiempo fueron sus casas de residencias.
Un tigre con historia propia
Precisamente
allí, en la esquina de la calle 25 con carrera segunda, tendido en una hamaca
sanjacintera que cuelga de un rincón a otro de su oficina está José Rodolfo
Corena Buelvas. Lo único que pende de una de las cuatro paredes amarrilla de
esta oficina que a la vez hace de cuarto para la siesta del mediodía es su
diploma de Abogado y Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de
Cartagena.
El doctor José Corena es uno de esos hombres que
no parecen enfadarse con nada y que tienen la virtud de caerle bien a la gente
desde el primer momento, de aspecto bonachón, amable, reposado y tranquilo; en
Montería y los estrados judiciales es conocido popularmente como ‘El Tigre
Corena’, apodo que imprimió, incluso, en su tarjeta de presentación. Cuando se
presenta aclara que es descendiente del Melchor Corena, “el primer General que
tuvo la República incluso antes que el mismo Simón Bolívar”, dice con orgullo.
La
oficina y casa de ‘El Tigre ‘Corena’ –como ahora le digo- conserva su
estructura levantada sobre ocho horcones de Santacruz, un árbol legendario
extinguido en las selvas del Nudo de Paramillo; es de techo de zinc, paredes de
tabla reforzadas con adobe y cielo raso de lata de corozo. ‘El Tigre Corena’
cuenta que fue construida por el párroco de la época para instalar a una misión
de religiosas pertenecientes a la comunidad de la Madre Laura de Jesús Montoya
Upegui, ‘La Madre Laura’, hoy en proceso
de canonización en el Vaticano. Desde allí las monjas se dedicaban a la
catequización de los niños pobres, asistencia de los enfermos y obras de
misericordia.
En la sala se divisan los arcos que anteceden
a lo que fue el altar para oficiar la misa; además, los tres dormitorios contiguos a la cocina y,
al fondo, el patio donde estuvo un rancho con techo de palma, donde las
religiosas se sentaban en las tarde a tejer en bastidor. Luego, en 1930, tras
un litigio, la casa pasó a la familia Gómez.
“El Tigre” Corena explica que las casas vecinas han sido abandonadas o
están a la venta porque los herederos hoy son profesionales y buscan vivir en
El Recreo. La Castellana, o en otros barrios no tan exclusivos como Costa de
Oro y Pasatiempo.
Recuerda
que hacia 1960 el concejo de Montería prohibió la construcción de casas de
techo de palma en el centro de la ciudad. Posteriormente él le propuso al
gobierno municipal arrendarles la casa para que fuera utilizada como museo de
arte sinuano precolombino. La iniciativa nunca prosperó. En otra ocasión,
debido a los altos impuestos, logró
evitar que se la rematara el banco. ‘El Tigre Corena’ dice que hoy esa
propiedad no se vende ni permuta porque la intensión de su hijo que estudia en
Japón es conservarla como patrimonio histórico de Montería.
En
tanto en las afueras de las casas y edificaciones del centro de la ciudad el
comentario callejero, estimulado por los últimos gobiernos, es que Montería
dejó de ser una provincia y ahora es una ciudad que está en proceso de
transformación, de desarrollo y progreso. Pero existen otras voces que
cuestionan el desarrollo sin sentido ni planificación, sin consulta social ni
sentido humano.
Una mirada crítica y reflexiva
Para
quienes hacen una lectura crítica del desarrollo y la planeación urbanística de
la ciudad, la de hoy, es una arquitectura mal entendida, disfrazada, que
individualiza al ser humano y que no está acorde con el entorno ambiental ni
cultural del Sinú.
El
profesor de la Universidad del Sinú, magister en planeación urbana, Luis Carlos
Racini Alemán explica que “si bien no nos podemos quedar añorando el
pasado, porque las ciudades no se pueden estancar y deben adaptarse a las nuevas
necesidades y exigencias del mercado, se debe hacer una planeación que valore
el testimonio histórico, pero en Montería el mercado inmobiliario es el que está
imponiendo el desarrollo arquitectónico, carente de planeación e incluso en
ocasiones por encima de las disposiciones legales”.
A su
turno el presidente de la Sociedad de Arquitectos de Córdoba, SAC, Ricardo
Cabarcas advierte también que “en Montería el desarrollo se planifica sobre la
marcha, se está destruyendo el pasado arquitectónico para imponer modelos
extranjeros mal implantados, y al mismo tiempo la ciudad está colapsando por
dificultades en la movilidad y conexión entre los distintos sectores.”
Voces extramuros
Muchos
coinciden en que los altos impuestos de valorización y catastro son impagables
y actúan como tenazas que presionan a los habitantes de las antiguas casa,
especialmente las que están en inmediaciones de la Plaza Montería Moderna y en
zona de influencia del centro, a mal venderlas
a ‘corredores’ que luego se las pasan a “gente que viene de afuera –en
su mayoría paisas- y en un santiamén
construyen edificios sin ninguna planeación”.
En
medio de todo tipo de comentarios es evidente que hoy Montería es una ciudad de
contrastes, en la que se amalgaman la pobreza extrema y la miseria, con la
riqueza y el poder, en medio de la cual emerge una arquitectura moderna que
está pulverizando toda huella del pasado.
La
arquitectura “minimalista”, cuya tendencia es reducir el espacio a lo mínimo y
esencial, se está expandiendo con rapidez en los estratos medio, donde además
se impone, en las nuevas construcciones, los colores el blanco y negro,
acompañado de la “cultura del aire acondicionado” que desplazó aceleradamente a
la arquitectura tradicional del Sinú, adaptada al medio ambiente, de casas
térmicas, rodeada de grandes calaos o ventanas, construidas con materiales de
la zona, como la palma y la madera traída del Nudo de Paramillo, en el Alto
Sinú.
Borrando la educación
La
educación también se está quedando sin pasado testimonial. Apenas en estas dos últimas
semanas se destruyeron en la 29 con carreras 5 y 6 la antigua casa de don
Rodrigo García Caicedo, donde su yerno don Jaime Exbrayat Boncompain había
trasladado el Instituto del Sinú, símbolo de la educación en Montería. Y en esa
misma dirección, vecino al Departamento de Policía Córdoba, también fue
intervenida, hace quince días, una casa antigua en donde funcionó el colegio de
doña “Julia Pastrana”.
El periodista y escritor Jorge Valencia Molina
recuerda que mucho antes habían sucumbido el Colegio Público de Varones, donde
opera hoy el Departamento de Policía, y el Colegio Público de Mujeres, en la 29
con 4, en el edificio de la antigua Lotería de Córdoba.
Para
el arquitecto y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Juan Pablo
Olmos Lorduy: “la arquitectura en Montería parece haber perdido el rumbo frente
a una modernidad mal entendida, en la
que predomina el interés privado sobre el cultural y colectivo; la huella
histórica de la ciudad está desapareciendo y la intervención de los últimos gobiernos
para evitarlo ha sido desafortunada, pues parece no importarles si se destruye
nuestro pasado, ni la sabiduría de quienes nos precedieron”.
“El gobierno se siente impotente y no ha
habido quien gestione ante el Ministerio de Cultura la declaratoria de ‘Bien de
Interés Cultural’ de al menos algunas de esas edificaciones”, explica el
arquitecto Juan Pablo Olmos mientras hace un recorrido con un grupo de
estudiantes de arquitectura y comunicación social por el centro histórico de
Montería.
Lo
dice porque la ciudad parece contagiarse por la indiferencia y el olvido, pues
a nadie parece importarle si en el centro se vende, compra o destruyen las
antiguas casas patrimoniales de los Lacharme (Cl 27 Cra 1°) o la de los
Kerguelen (Cl 27 Cra 2), la de los Caicedo (Cl 26 Cra 1), la de los Pineda, o
la de los Berrocal, auténticas obras de arte en madera del inicios del siglo
pasado.
Lo
grave en medio de este “desarrollo sin sentido” o “sociedad del espectáculo”,
como le llamaría el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, es que también se
está acabando con los antiguos sitios que generaban encuentro y diálogo
ciudadano sin miramientos de clase social.
El
emblemático “Salón Tropicana”, de los hermanos Antonio y Orlando Escobar, en
donde –según recuerdan hoy sus antiguos propietarios- “las diferencias sociales
quedaban en la puerta de entrada, y en donde jamás hubo una muerte violenta”
fue adquirido por particulares que lo tumbaron para construir un parqueadero. Asimismo en la calle 36 con carrera segunda a
finales del año pasado sucumbió ‘Cerveza Pará’, popular sitio de encuentro de
albañiles, plomeros, electricistas y comerciantes informales.
La voz del gobierno
En
medio de todo el interés del gobierno municipal es casi que simbólico. Para el
Secretario de Planeación Municipal Carlos Montoya Baquero actualmente es claro
que al tema de conservación del patrimonio histórico y urbanístico no se le ha
dado la importancia que se merece.
Montoya reconoce que “Montería tiene una
cantidad de construcciones que deberían ser patrimonio histórico y urbanístico
de la ciudad, pero lastimosamente hoy no existe la declaratoria de bienes de
interés cultural que otorga el ministerio de Cultura. Es un proceso y un tema
que está estancado y que hay que reactivar”.
En
un encuentro con estudiantes de Comunicación Social de la Unisinú explicó que “el
Plan Maestro de Patrimonio para Montería debe hacerse conjuntamente con la
academia, las universidades, y el gremio de arquitectos”.
La
paradoja consiste en que actualmente el gobierno municipal le apuesta a una
‘ciudad turística’ y a una ‘ciudad amable’ y uno de los focos atractivos para
el turismo peatonal lo constituye el patrimonio, y la amabilidad se logra
construyendo y conservando espacios para el diálogo entre los ciudadanos.
Carlos
Montoya reconoce que muchos constructores no pedían conceptos a planeación.
“Aquí los constructores venían haciendo lo que les daba la gana, se
consideraban los amos y reyes de la normativa urbana y por eso empezamos a
hacer una labor severa de control urbano”.
Sin embargo ese control sobre la propiedad
privada se escapa de las manos porque las construcciones que representan bienes
culturales y patrimonio histórico solo están en ‘lista indicativa’ del
ministerio de Cultura, lo cual limita su intervención y por tanto sus
propietarios están en libertad de disponer de ellos como bien les plazca.
Lo
cierto es que más allá de cualquier promesa de control los distintos sectores
de Montería consideran urgente que alguien haga algo por conservar lo poco que
queda de ese vestigio del pasado cultural y arquitectónico representados en
casas como las de don Francisco “Pacho Bula” o la de José “El Tigre Corena”.
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(*) Periodista y magister en educación.
Docente de la Universidad del Sinú.
(**) Crónica publicada en la Revista
Latitud de El Heraldo de Barranquilla
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