viernes, 14 de junio de 2013

La profecía de mi abuela

Ramiro Guzmán Arteaga.
Escribo esta columna prácticamente a las puertas del fin del mundo y a riesgo de que algunos de ustedes nunca la lean porque, según la profecía Maya, mañana (hoy) hacia las dos de la tarde, en momento en que tal vez usted esté leyendo esta columna, la tierra chocará endemoniadamente con un asteroide errante.
Si se me hubiera ocurrido publicarla la semana pasada seguro la hubiera dedicado por completo a despedirme de ustedes, y a agradecerle al colega Roberto Llanos por haberme permitido este espacio para martillar durante estas 72 semanas sobre la paciencia de esa respetable señora que es la opinión pública.
Pero ya ven que  en medio de esta “civilización del espectáculo” y este mundo enloquecido, que mañana (hoy) llega a su fin ni siquiera tuve tiempo para despedirme de ustedes ni escoger, como hubiera querido, la forma en que me habrían de enterrar si solo fuera yo quien muriera, que hubiera sido como siempre he querido, es decir,  sin ningún ambiente eclesiástico ni funerario para no inflarle los bolsillos a los comerciantes de la fe ni a los empresarios de la muerte, y sin el luto ni el llanto que impone la muerte.
Pero ya ven que ustedes siguen aquí, como todos los viernes, leyendo esta  columna, gracias a que mi abuela Manuela tenía razón cuando me dijo: “tranquilo mijo que el mundo solo se acaba para el que se muere”. Y gracias a su profecía también yo puedo hoy, a cambio de despedirme de ustedes, desearles con toda mi alma una  ¡Feliz navidad! Y decirles: ¡Tranquilos! que, aunque el mundo se acabe hoy, ustedes tienen que ir a trabajar mañana, porque al fin y al cabo mi abuela tenía razón. Hasta el próximo viernes.

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