martes, 18 de junio de 2013

Marcial Alegría, el último pintor primitivista Zenú

Marcial Alegría, un pintor primitivista producto de su propio
entornos natural. (Foto/ José Pautt Cueto)
Ramiro Guzmán Arteaga (*)
San Sebastián (Lorica-Córdoba)
 
Por vivir en quinto patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad
(Mario Molina Montes, 1921) 

Del pintor primitivista Marcial Alegría Garcés parece haberse dicho todo.  Que su vocación la descubrió un gringo que andaba profanando guacas indígenas en el cerro El Mohán, en el municipio de Momil, por los lados de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú. Que la película mexicana “Quinto Patio”, la que vio en el teatro Marta de Lorica siendo muy joven, en la que un niño que vive en una vecindad y logra la fama pintando murales con carbón, le marcó el camino hacia la celebridad. También se sabe que pinta con pinceles que él mismo hace con los pelos de la cola de gatos que cría en su casa después de haber probado con plumas de gallinas y pelos de perro. Que no sabe leer ni escribir y por eso sus cuadros los firma con letras de molde que sus hijos o sus nietos le escriben en un papel de cuaderno. Él mismo ha revelado que llegó al primitivismo sin saber el nombre de ese género y que antes de ser pintor fue jornalero, pescador y alfarero. Y que no pinta en bastidor sino en un rustico mesón y en las madrugadas porque el intenso calor del día le corta la inspiración.

En fin, quienes conocen a Marcial Alegría también saben que el amor, la seriedad y la paciencia con la que pinta sus cuadros es la misma con la que se toma una cerveza helada  en una cantina, en el palco de una corraleja o en un fandango, y que su sentido común es el resultado del amor que a primera vista experimentó una india Zenú por un  japonés que había desembarcado en el puerto de Coveñas a finales del siglo XIX y que dieron origen a sus padres.

Por eso, cuando se conoce a Marcial Alegría, como lo conocen y lo quieren aquí en San Sebastián de Lorica, se tiene la impresión de que a él no le ha vuelto a suceder nada distinto ni de él se ha vuelto a decir nada que rompa la dulce monotonía de su vida, ni la de  este pueblo ubicado a cinco minutos de Lorica, donde una calle empedrada se revienta en la ciénaga Grande del Bajo Sinú, que en verano deja al descubierto un inmenso playón en el que los adultos se dedican a jugar beisbol con manillas de trapo y los niños a elevar barriletes y cometas que ellos mismos fabrican con varitas de palma amarga.

El rostro de lo cotidiano
La casa donde transcurren invariablemente sus días está contigua a una bocacalle desde donde sobresale un aviso de madera rustica en el que se lee “Centro Primitivista Marcial Alegría”. Una casa de techo de eternit y paredes de bloque crudo que parecen apolillados por el tiempo.
 Lo que predomina a primera vista en Marcial Alegría son sus facciones orientales con trazos de indio Zenú, su nariz achatada y ojos vivaces, pero llenos de bondad, que a sus 77 años (nació el 20 de marzo de 1936) lo hacen ver como un entrenador de boxeo. El “viejo Marcial”, como le dicen aquí, parece vivir mejor sumergido en  la ingenuidad que le inspira su pueblo y su mundo de pintor primitivista, que en las técnicas académicas y retocadas que enseñan en las universidades y escuelas de bellas artes.  Ante la falta de educación formal vive orientado en su propio universo por el sentido común del indígena Zenú y el pragmatismo de su también descendencia oriental. “Soy de un mundo candoroso y sin complicaciones”, dice. Un mundo como el que pinta en sus cuadros, con las raíces profundas de su ingenuidad apegada a un contexto de escenas costumbristas que no necesitan interpretaciones complicadas, ni cargadas de psicoanálisis ni metafísica. Desde esta perspectiva, sus cuadros, sencillamente tienen el valor de un documento que marca una época histórica, tal vez feudal, que no conoce lo urbano y de la que no ha podido salir, pero que quedará como un testimonio histórico de los zenúes que poblaron a los departamentos de Córdoba y Sucre. De allí proviene,  precisamente, su principal virtud como artista y como ser humano.
Porque de su mundo iletrado se infiere que lo que le interesa es dejar en sus cuadros escenas de la vida cotidiana en un medio social cargados de colores primarios, como los festejos populares, las fiestas en corralejas, los matrimonios a la orilla de las ciénagas. Experiencias con la naturaleza viva que plasma en  escenas como “Pagando gustos cumplidos”, inspirado –como el recuerda- en el parto de una mujer que le tocó atender en la sombra de una bonga. O “Así éramos los Zenúes”, donde construye las aldeas que hacían los indígenas en los playones de las ciénagas, en donde  pescaban con cuzú y bahareque. O sencillamente inspirado en sus propios sueños, como “La pesadilla”, que se ha vendido en 18 países del mundo.
Cuando Marcial Alegría nos enfrenta a sus cuadros nos encontramos con obras que rompen el convencionalismo de la pintura magistral y académica, los de él son personajes anónimos para el forastero, pero que viven en sociedad y que tienen como telón de fondo el paisaje natural y veraniego propio de estos meses del año, en los que por encima de una corraleja feudal se dejan ver los robles tupidos de flores rosadas, el rojo intenso de las acacias y el amarillo del polvillo. Y mucho más allá, manadas de patos y aves silvestres – como las que ahora veo- que sobrevuelan la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, la Ciénaga de Momil, la Ciénaga de Bañó o la Ciénaga de los Negros. Paisajes encuadrados en un cielo intensamente azul y puro. Pinturas que, como el mismo Marcial dice: “han recorrido el mundo y se han ido para donde la naturaleza ya no existe”. Cuadros que adornan las casas de presidentes, de poderosos, de familias pudientes y personajes famosos, pero que también cuelgan en las paredes de barberías que semejan gabinetes dentales, de cantinas de boleros y vallenatos, y hasta de las latonerías de los primeros “buses de palito” o “Pringa cara”, que recorrieron y aún recorren el Bajo Sinú.  Pinturas que en principio recorrían los pueblos, sin ser exhibidos en galerías, de cuando pintaba y pintaba porque como él mismo recuerda “no sabía cómo se llamaba la bendita pintura que yo estaba haciendo”.
En fin, las de Marcial son escenas que se repiten en su mente, en sus lienzos,  en los marcos para los espejos que pinta por encargo, como las que ahora plasma para el profesor Luis Miguel Pico Román. Pero también en las cazuelas, chochas, moyos, tinajas y artesanías de barro que su esposa y otras mujeres heredaron de Jovita Morelo y Adriana Garcés, dos mujeres que  rescataron y enseñaron el arte de la alfarería tres siglos después que los españoles destruyeran la última tinaja que habían fabricado las indígenas.
Un comercio anónimo

Marcial tampoco parece interesarse en las truculentas negociaciones que en el exterior hacen con sus cuadros. Porque, desde ese día ya remoto en que el gringo exclamó asombrado: ¡Primitivista!, al ver sus pinturas colgadas de una pita en el alar de su casa e hizo un rollo con ellos y se los llevó tras pagarle doscientos dólares, desde entonces, perdió la cuenta de cuántos cuadros ha pintado, cuántos ha vendido.
“Aquí un cuadro puede costar entre cincuenta y quinientos mil pesos, pero no sé por cuanto lo pueden vender en el resto del mundo,  ellos, los que vienen aquí, los compran pero nunca dicen por cuánto los venden en otras partes,”.
-       ¿No lo sabe? Le pregunto.
-       sé que es un billete bueno. Me imagino que por miles. Dice.
-       ¿Cuántos miles?
-       Sé… que son dólares
-       ¡¿Dólares?!
-       Eso dicen, porque yo no me fijo en eso, los que vienen los compran y no piden ni rebaja.
Cualquiera que sea la razón por la que alguien llegue a su casa a comprar sus pinturas lo cierto es que también lo hacen atraídos por esa especie de trazos rupestres, sin maquillajes artificiosos, en la que se amalgaman la placidez de los paisajes biodiversos del Valle del Sinú con las escenas costumbristas y cotidianas de la gente que lo habita.
Marcial replica, sonríe y vuelve a retomar la historia del gringo andariego y  la de la película Quinto Patio, mientras ahora intenta dejar escuchar de su propia voz  un  trozo de la canción de la película:
Nada me importa
que critiquen la humildad de mi cariño
el dinero no es la vida
es tan sólo vanidad….
Marcial canta, ríe, como burlándose de la vida y su propio cantar. Se siente orgulloso de sus cuadros. Me los señala con el dedo colgados en la pared de la sala, como explicando magistralmente una ruta invisible. Habla del origen y el tema de cada uno de ellos, y recuerda, como el niño que recita de memoria su cuento preferido, los países para los que se los han llevado y que lo han puesto en el ápice de la cultura mundial.
-       Mire, soy el único pintor colombiano que tiene un cuadro en el Vaticano, se lo regalaron al papa Juan Pablo II cuando estuvo en Cartagena.
También recuerda que se los han obsequiado a  presidentes norteamericanos. La  lista de quienes lo visitan, desde cuando en 1971 hizo su primera exposición en los bajos de la Gobernación de Córdoba, es larga.
 “Me he entrevistado con el embajador de Bolivia, Inglaterra, Polonia, México, Argentina. El ultimo que me visitó el año pasado fue el embajador de España, por eso luego la gente dice ¡carajo! aquí no visitan al gobernador, ni al alcalde sino que se vienen a visitar a Marcial Alegría. Y la gente dice que soy un personaje grande que tiene Córdoba pero de eso no se da cuenta el Gobierno.”
Su clientela es variada, dispersa, se diría que hasta anónima. “El último cuadro se lo vendí ayer a una cachaca bogotana que había oído hablar de mí y que llegó a este pueblo  preguntando por aquí y por allá dónde vivía yo”.
Al fin y al cabo, como el mismo dice: “yo no sé qué puede pasar mañana o pasado con mis cuadros cuando salen de aquí y se van dispersos por el mundo”.
La Casa en el aire
Y aunque la vida y el discurso de Marcial parecen repetitivos para muchos, no lo es para él que durante toda la vida ha estado pensando que tal vez le fuera mejor si alguien le hubiera enseñado a leer y a escribir, si alguien se hubiera interesado en enviarlo a  la escuela, al colegio  y a una Escuela de Bellas Artes. Pero no ha sido así. “La gente me dice: ‘Marcial que tal si tu hubieras estudiado’, pero por fortuna todo lo que necesito para pintar lo tengo aquí, la naturaleza y este pueblo me dan todo, ellos son mi inspiración”, dice al tiempo que mira hacía donde Rita Berta Calle, su mujer, con quien ha compartido 46 años de vida, trata de darle forma a una vasija de barro.
-       Mire, todos los políticos siempre me prometieron y me siguen prometiendo cosas que ninguno de ellos se toma en serio.
-       ¿Cómo qué?
-       Nadie se tomó eso de enseñarme a leer y a escribir en serio.
Marcial habla sin resentimientos, sin odios ni amargura, además porque comprende que es uno de los muchos que en San Sebastián no saben leer ni escribir.
-       Amigo… este pueblo se va a quedar en el olvido- dice, evocando una frase que se repite en todos los pueblos de la ciénaga y del Valle del Sinú.
-       Es como si San Sebastián no existiera, han prometido hacer la casa artesanal con una galería pero todo se queda como la casa en el aire.
Ríe.
-       ¿Pero usted qué les ha pedido?
-       Yo le he pedido al gobierno que haga una casa artesanal con una galería aquí en San Sebastián pero no quieren, ahora están haciendo una plazoleta en Lorica con mi nombre pero les he dicho que la prefiero aquí que es donde  tengo mi taller hasta donde llegan los turistas atraídos por mis cuadros que es por lo que se conoce a este pueblo.
Marcial mira hacia una bocacalle. Mira mi libreta de apuntes. Me mira. Habla.
-       Aquí vienen los periodistas a entrevistarme cada vez que quieren, vino Germán Santamaría, como  ha venido usted hoy, y vengan cada vez que quieran a mi posada, pero yo no busco a nadie porque a mí eso no me gusta.
Habla como queriendo revelar un secreto.
-       La televisión llega a Lorica y entonces me vengo para acá y al rato suena el teléfono. Entonces dicen que es para una entrevista, y vienen a entrevistarme. Yo salgo a ponerme la camisa y me dicen ‘no señor lo queremos así porque está trabajando’.
-       Lo entrevistan de todas partes y de distintos medios…
-       Vienen de otros países, me traen Wiski. Pero nunca salgo a decir ¡mire yo soy esto!… ¡o esto otro!  para que me entrevisten…
-       En verdad usted y San Sebastián se lo merecen.

-       Le digo algo, es cierto que este es un arrabal perdido en la Ciénaga pero el turista, los periodistas y la gente vienen porque quieren conocer al pueblo y comparar mis cuadros. Además, le confieso un secreto, yo no podría pintar si me sacan de aquí, por eso de aquí no me voy a mover”.
 Marcial vuelve a reír, como si reír también fuera una forma de protestar ante la indiferencia oficial. Y vuelve a intentar una nueva estrofa de Quinto Patio, esta vez con un tono ligeramente arcaico pero encantador:
Por vivir en quinto patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad…
Marcial canta con alegría y humildad,  repite su canción preferida, como repite siempre su historia, como si la vida para él y su pueblo fuera un siempre siempre.
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 (*) Periodista y magister en educación. Docente en la Universidad del Sinú.
Esta crónica también fue publicada en El heraldo de Barranquilla, puede consultarla en:

 

 

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