Marcial Alegría, un pintor primitivista producto de su propio entornos natural. (Foto/ José Pautt Cueto) |
San
Sebastián (Lorica-Córdoba)
Por vivir en quinto
patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad
(Mario Molina Montes, 1921)desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad
Del
pintor primitivista Marcial Alegría Garcés parece haberse dicho todo. Que su vocación la descubrió un gringo que
andaba profanando guacas indígenas en el cerro El Mohán, en el municipio de
Momil, por los lados de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú. Que la película mexicana
“Quinto Patio”, la que vio en el teatro Marta de Lorica siendo muy joven, en la
que un niño que vive en una vecindad y logra la fama pintando murales con carbón,
le marcó el camino hacia la celebridad. También se sabe que pinta con pinceles
que él mismo hace con los pelos de la cola de gatos que cría en su casa después
de haber probado con plumas de gallinas y pelos de perro. Que no sabe leer ni
escribir y por eso sus cuadros los firma con letras de molde que sus hijos o
sus nietos le escriben en un papel de cuaderno. Él mismo ha revelado que llegó
al primitivismo sin saber el nombre de ese género y que antes de ser pintor fue
jornalero, pescador y alfarero. Y que no pinta en bastidor sino en un rustico
mesón y en las madrugadas porque el intenso calor del día le corta la
inspiración.
En
fin, quienes conocen a Marcial Alegría también saben que el amor, la seriedad y
la paciencia con la que pinta sus cuadros es la misma con la que se toma una
cerveza helada en una cantina, en el palco
de una corraleja o en un fandango, y que su sentido común es el resultado del
amor que a primera vista experimentó una india Zenú por un japonés que había desembarcado en el puerto
de Coveñas a finales del siglo XIX y que dieron origen a sus padres.
Por
eso, cuando se conoce a Marcial Alegría, como lo conocen y lo quieren aquí en San
Sebastián de Lorica, se tiene la impresión de que a él no le ha vuelto a
suceder nada distinto ni de él se ha vuelto a decir nada que rompa la dulce
monotonía de su vida, ni la de este
pueblo ubicado a cinco minutos de Lorica, donde una calle empedrada se revienta
en la ciénaga Grande del Bajo Sinú, que en verano deja al descubierto un
inmenso playón en el que los adultos se dedican a jugar beisbol con manillas de
trapo y los niños a elevar barriletes y cometas que ellos mismos fabrican con
varitas de palma amarga.
El rostro de lo cotidiano
La
casa donde transcurren invariablemente sus días está contigua a una bocacalle
desde donde sobresale un aviso de madera rustica en el que se lee “Centro
Primitivista Marcial Alegría”. Una casa de techo de eternit y paredes de bloque
crudo que parecen apolillados por el tiempo.
Lo que predomina a primera vista en Marcial
Alegría son sus facciones orientales con trazos de indio Zenú, su nariz
achatada y ojos vivaces, pero llenos de bondad, que a sus 77 años (nació el 20
de marzo de 1936) lo hacen ver como un entrenador de boxeo. El “viejo Marcial”,
como le dicen aquí, parece vivir mejor sumergido en la ingenuidad que le inspira su pueblo y su mundo
de pintor primitivista, que en las técnicas académicas y retocadas que enseñan
en las universidades y escuelas de bellas artes. Ante la falta de educación formal vive
orientado en su propio universo por el sentido común del indígena Zenú y el
pragmatismo de su también descendencia oriental. “Soy de un mundo candoroso y
sin complicaciones”, dice. Un mundo como el que pinta en sus cuadros, con las
raíces profundas de su ingenuidad apegada a un contexto de escenas costumbristas
que no necesitan interpretaciones complicadas, ni cargadas de psicoanálisis ni
metafísica. Desde esta perspectiva, sus cuadros, sencillamente tienen el valor
de un documento que marca una época histórica, tal vez feudal, que no conoce lo
urbano y de la que no ha podido salir, pero que quedará como un testimonio
histórico de los zenúes que poblaron a los departamentos de Córdoba y Sucre. De
allí proviene, precisamente, su
principal virtud como artista y como ser humano.
Porque
de su mundo iletrado se infiere que lo que le interesa es dejar en sus cuadros
escenas de la vida cotidiana en un medio social cargados de colores primarios,
como los festejos populares, las fiestas en corralejas, los matrimonios a la
orilla de las ciénagas. Experiencias con la naturaleza viva que plasma en escenas como “Pagando gustos cumplidos”,
inspirado –como el recuerda- en el parto de una mujer que le tocó atender en la
sombra de una bonga. O “Así éramos los Zenúes”, donde construye las aldeas que
hacían los indígenas en los playones de las ciénagas, en donde pescaban con cuzú y bahareque. O sencillamente
inspirado en sus propios sueños, como “La pesadilla”, que se ha vendido en 18
países del mundo.
Cuando
Marcial Alegría nos enfrenta a sus cuadros nos encontramos con obras que rompen
el convencionalismo de la pintura magistral y académica, los de él son
personajes anónimos para el forastero, pero que viven en sociedad y que tienen
como telón de fondo el paisaje natural y veraniego propio de estos meses del
año, en los que por encima de una corraleja feudal se dejan ver los robles
tupidos de flores rosadas, el rojo intenso de las acacias y el amarillo del
polvillo. Y mucho más allá, manadas de patos y aves silvestres – como las que
ahora veo- que sobrevuelan la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, la Ciénaga de
Momil, la Ciénaga de Bañó o la Ciénaga de los Negros. Paisajes encuadrados en
un cielo intensamente azul y puro. Pinturas que, como el mismo Marcial dice:
“han recorrido el mundo y se han ido para donde la naturaleza ya no existe”.
Cuadros que adornan las casas de presidentes, de poderosos, de familias
pudientes y personajes famosos, pero que también cuelgan en las paredes de
barberías que semejan gabinetes dentales, de cantinas de boleros y vallenatos,
y hasta de las latonerías de los primeros “buses de palito” o “Pringa cara”,
que recorrieron y aún recorren el Bajo Sinú.
Pinturas que en principio recorrían los pueblos, sin ser exhibidos en
galerías, de cuando pintaba y pintaba porque como él mismo recuerda “no sabía
cómo se llamaba la bendita pintura que yo estaba haciendo”.
En
fin, las de Marcial son escenas que se repiten en su mente, en sus lienzos, en los marcos para los espejos que pinta por
encargo, como las que ahora plasma para el profesor Luis Miguel Pico Román.
Pero también en las cazuelas, chochas, moyos, tinajas y artesanías de barro que
su esposa y otras mujeres heredaron de Jovita Morelo y Adriana Garcés, dos
mujeres que rescataron y enseñaron el
arte de la alfarería tres siglos después que los españoles destruyeran la
última tinaja que habían fabricado las indígenas.
Un comercio anónimo
Marcial
tampoco parece interesarse en las truculentas negociaciones que en el exterior
hacen con sus cuadros. Porque, desde ese día ya remoto en que el gringo exclamó
asombrado: ¡Primitivista!, al ver sus pinturas colgadas de una pita en el alar
de su casa e hizo un rollo con ellos y se los llevó tras pagarle doscientos
dólares, desde entonces, perdió la cuenta de cuántos cuadros ha pintado,
cuántos ha vendido.
“Aquí
un cuadro puede costar entre cincuenta y quinientos mil pesos, pero no sé por
cuanto lo pueden vender en el resto del mundo, ellos, los que vienen aquí, los compran pero nunca
dicen por cuánto los venden en otras partes,”.
- ¿No
lo sabe? Le pregunto.
- sé
que es un billete bueno. Me imagino que por miles. Dice.
- ¿Cuántos
miles?
- Sé… que
son dólares
- ¡¿Dólares?!
- Eso
dicen, porque yo no me fijo en eso, los que vienen los compran y no piden ni
rebaja.
Cualquiera
que sea la razón por la que alguien llegue a su casa a comprar sus pinturas lo
cierto es que también lo hacen atraídos por esa especie de trazos rupestres,
sin maquillajes artificiosos, en la que se amalgaman la placidez de los
paisajes biodiversos del Valle del Sinú con las escenas costumbristas y
cotidianas de la gente que lo habita.
Marcial replica, sonríe y
vuelve a retomar la historia del gringo andariego y la de la película Quinto Patio, mientras ahora
intenta dejar escuchar de su propia voz un trozo de la canción de la película:
Nada me importa
que critiquen la humildad de mi cariño
el dinero no es la vida
es tan sólo vanidad….
que critiquen la humildad de mi cariño
el dinero no es la vida
es tan sólo vanidad….
Marcial canta, ríe, como
burlándose de la vida y su propio cantar. Se siente orgulloso de sus cuadros.
Me los señala con el dedo colgados en la pared de la sala, como explicando
magistralmente una ruta invisible. Habla del origen y el tema de cada uno de
ellos, y recuerda, como el niño que recita de memoria su cuento preferido, los
países para los que se los han llevado y que lo han puesto en el ápice de la
cultura mundial.
- Mire,
soy el único pintor colombiano que tiene un cuadro en el Vaticano, se lo
regalaron al papa Juan Pablo II cuando estuvo en Cartagena.
También
recuerda que se los han obsequiado a
presidentes norteamericanos. La lista de quienes lo visitan, desde cuando en
1971 hizo su primera exposición en los bajos de la Gobernación de Córdoba, es
larga.
“Me he entrevistado con el embajador de
Bolivia, Inglaterra, Polonia, México, Argentina. El ultimo que me visitó el año
pasado fue el embajador de España, por eso luego la gente dice ¡carajo! aquí no
visitan al gobernador, ni al alcalde sino que se vienen a visitar a Marcial
Alegría. Y la gente dice que soy un personaje grande que tiene Córdoba pero de eso
no se da cuenta el Gobierno.”
Su clientela
es variada, dispersa, se diría que hasta anónima. “El último cuadro se lo vendí
ayer a una cachaca bogotana que había oído hablar de mí y que llegó a este
pueblo preguntando por aquí y por allá
dónde vivía yo”.
Al
fin y al cabo, como el mismo dice: “yo no sé qué puede pasar mañana o pasado
con mis cuadros cuando salen de aquí y se van dispersos por el mundo”.
La Casa en el aire
Y
aunque la vida y el discurso de Marcial parecen repetitivos para muchos, no lo
es para él que durante toda la vida ha estado pensando que tal vez le fuera
mejor si alguien le hubiera enseñado a leer y a escribir, si alguien se hubiera
interesado en enviarlo a la escuela, al
colegio y a una Escuela de Bellas Artes.
Pero no ha sido así. “La gente me dice: ‘Marcial que tal si tu hubieras
estudiado’, pero por fortuna todo lo que necesito para pintar lo tengo aquí, la
naturaleza y este pueblo me dan todo, ellos son mi inspiración”, dice al tiempo
que mira hacía donde Rita Berta Calle, su mujer, con quien ha compartido 46
años de vida, trata de darle forma a una vasija de barro.
- Mire,
todos los políticos siempre me prometieron y me siguen prometiendo cosas que
ninguno de ellos se toma en serio.
- ¿Cómo
qué?
- Nadie
se tomó eso de enseñarme a leer y a escribir en serio.
Marcial
habla sin resentimientos, sin odios ni amargura, además porque comprende que es
uno de los muchos que en San Sebastián no saben leer ni escribir.
- Amigo…
este pueblo se va a quedar en el olvido- dice, evocando una frase que se repite
en todos los pueblos de la ciénaga y del Valle del Sinú.
- Es
como si San Sebastián no existiera, han prometido hacer la casa artesanal con
una galería pero todo se queda como la casa en el aire.
Ríe.
- ¿Pero
usted qué les ha pedido?
- Yo
le he pedido al gobierno que haga una casa artesanal con una galería aquí en
San Sebastián pero no quieren, ahora están haciendo una plazoleta en Lorica con
mi nombre pero les he dicho que la prefiero aquí que es donde tengo mi taller hasta donde llegan los
turistas atraídos por mis cuadros que es por lo que se conoce a este pueblo.
Marcial
mira hacia una bocacalle. Mira mi libreta de apuntes. Me mira. Habla.
- Aquí
vienen los periodistas a entrevistarme cada vez que quieren, vino Germán
Santamaría, como ha venido usted hoy, y vengan
cada vez que quieran a mi posada, pero yo no busco a nadie porque a mí eso no
me gusta.
Habla
como queriendo revelar un secreto.
- La
televisión llega a Lorica y entonces me vengo para acá y al rato suena el
teléfono. Entonces dicen que es para una entrevista, y vienen a entrevistarme.
Yo salgo a ponerme la camisa y me dicen ‘no señor lo queremos así porque está
trabajando’.
- Lo
entrevistan de todas partes y de distintos medios…
- Vienen
de otros países, me traen Wiski. Pero nunca salgo a decir ¡mire yo soy esto!…
¡o esto otro! para que me entrevisten…
- En
verdad usted y San Sebastián se lo merecen.
- Le
digo algo, es cierto que este es un arrabal perdido en la Ciénaga pero el
turista, los periodistas y la gente vienen porque quieren conocer al pueblo y
comparar mis cuadros. Además, le confieso un secreto, yo no podría pintar si me
sacan de aquí, por eso de aquí no me voy a mover”.
Marcial vuelve a reír, como si reír también
fuera una forma de protestar ante la indiferencia oficial. Y vuelve a intentar
una nueva estrofa de Quinto Patio, esta vez con un tono ligeramente arcaico
pero encantador:
Por vivir en quinto patio
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad…
desprecias mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad…
Marcial
canta con alegría y humildad, repite su
canción preferida, como repite siempre su historia, como si la vida para él y
su pueblo fuera un siempre siempre.
---
(*) Periodista
y magister en educación. Docente en la Universidad del Sinú.
Esta crónica también fue publicada en El heraldo de Barranquilla, puede consultarla en:
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