Ramiro Guzmán Arteaga
Escribo
esta columna sin un barniz que pueda ser considerado un acto de vanidad, aunque
debo confesar que pocas veces como hoy he
experimentado una felicidad tan propia por alcanzar una meta que, dolorosamente,
en esta sociedad, pocos pueden lograr, por cuanto se elogian más los esfuerzos
individuales que los triunfos colectivos, donde el sentido de la vida es
determinado más por la competencia individual y dominadora que por las virtudes
de la vida social y participativa.
Pero
qué puedo decir del título de magister
en educación que hoy me confiere el Programa de Maestría en Educación de la
Universidad de Córdoba, Red Sue Caribe? Lo primero, es que el titulo ha sido el
producto de un esfuerzo personal, pero fundamentado e inspirado en una necesidad social y, finalmente, una
decisión aprobada y certificada por un grupo de excelsos académicos. Como
periodista y ahora como docente llego a la conclusión que la ciencia y el arte
son posibles. Que nada es absolutamente científico ni totalmente subjetivo. Que
la vida es un híbrido entre el método científico, necesariamente sistemático del docente, y la actitud subjetiva y libre del poeta.
Con
este logro, no es que uno quede automáticamente convertido en otra persona ni
en ciudadanos de otro mundo, como algunos metafísicamente creen, sino que la
educación nos convence, con argumentos ciertos, de que es la mejor y más deliciosa forma de tener un
pensamiento crítico, pero flexible, abierto y compartido en procura de
ennoblecer a la humanidad. La educación
nos brinda la oportunidad de liberarnos por sí mismo y no depender de los
azares de la vida ni de las imposiciones de otros. Esto es lo que hoy, cuando
me gradúo, me dice mi voz interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario