viernes, 14 de junio de 2013

Mi grado de maestría


Ramiro Guzmán Arteaga
Escribo esta columna sin un barniz que pueda ser considerado un acto de vanidad, aunque debo confesar que pocas veces como hoy he  experimentado una felicidad tan propia por alcanzar una meta que, dolorosamente, en esta sociedad, pocos pueden lograr, por cuanto se elogian más los esfuerzos individuales que los triunfos colectivos, donde el sentido de la vida es determinado más por la competencia individual y dominadora que por las virtudes de la vida social y participativa.
Pero qué puedo decir del  título de magister en educación que hoy me confiere el Programa de Maestría en Educación de la Universidad de Córdoba, Red Sue Caribe?  Lo primero, es que el titulo ha sido el producto de un esfuerzo personal, pero fundamentado e inspirado  en una necesidad social y, finalmente, una decisión aprobada y certificada por un grupo de excelsos académicos. Como periodista y ahora como docente llego a la conclusión que la ciencia y el arte son posibles. Que nada es absolutamente científico ni totalmente subjetivo. Que la vida es un híbrido entre el método científico,  necesariamente sistemático del docente,  y la actitud subjetiva y libre del poeta.
  Con este logro, no es que uno quede automáticamente convertido en otra persona ni en ciudadanos de otro mundo, como algunos metafísicamente creen, sino que la educación nos convence, con argumentos ciertos, de que  es la mejor y más deliciosa forma de tener un pensamiento crítico, pero flexible, abierto y compartido en procura de ennoblecer  a la humanidad. La educación nos brinda la oportunidad de liberarnos por sí mismo y no depender de los azares de la vida ni de las imposiciones de otros. Esto es lo que hoy, cuando me gradúo, me dice mi voz interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario